La Túnica Palmaria

domingo, 22 de julio de 2012


Hacia la insurrección más queer, Mary Nardini Gang


"Siempre hemos sido el otro, el extranjero, el criminal. La historia de los disidentes sexuales en esta civilización ha sido siempre la historia de la perversión sexual, la inferioridad psicopática diagnosticada, del traidor, del “raro”, del imbécil. Hemos sido excluidos de las fronteras, del trabajo, de los lazos familiares.

Hemos sido internados en campos de concentración, forzados a la esclavitud sexual, recluidos en prisiones.
Lo normal, lo heterosexual, la familia americana ha sido siempre construida en oposición a lo queer. El hetero no es queer. El blanco no es “de color”. El sano no tiene VIH. El hombre no es mujer. Los discursos de la heterosexualidad, la raza blanca y el capitalismo interactúan entre sí dentro de un modelo de poder. Modelo del que 
pensamos que es mortal."


Descargar texto en PDF



Hacia la insurrección más queer (Towards the Queerest Insurrection). Texto escrito en Wisconsin (EEUU) en 2009 de orientación queer y anarcoinsurreccionalista, donde se ataca al heteropatriarcado en todas sus dimensiones y se apuesta por la guerra social en clave queer. Traducido del inglés original en Madrid por la Distribuidora Peligrosidad Social en marzo de 2012


Towards the Queerest Insurrection, de The Mary Nardini Gang es un furioso y popular manifiesto queer insurreccionalista que ha sido ampliamente distribuido por múltiples Estados desde su aparición en 2009. Emergiendo de una naciente tendencia queer anti-social, criminal y pandillera que horriblemente asomó la cabeza en los Estados Unidos por entonces, el texto es un provocador y energético ataque contra todo y sin apostar por nada salvo por la ultraviolencia.http://pugetsoundanarchists.org/node/233

Impreso clandestinamente por la Mary Nardini Gang, compuesta por criminales queers de Milwakee, Wisconsin (EEUU).

Descargable en distribuidora peligrosidad social
 http://distribuidorapeligrosidadsocial.files.wordpress.com/2011/11/100-hacia-la-insurreccic3b3n-mc3a1s-queer.pdf

jueves, 19 de julio de 2012

El ve porno, ¡Ella se está viendo con Grey!.


“¿Te molesta que tu pareja vea porno? ¿Tiene sentido consumirlo cuando nuestras relaciones íntimas son satisfactorias? ¿Crees que es normal (dichosa palabrita) que se distraiga o se ponga mirando cómo se lo hacen unos personajes de ficción o amateurs? Esta pregunta va dirigida a hombres y mujeres, aún a sabiendas de que somos nosotras quienes solemos quejarnos por ello. Por más vueltas que le dé, no conozco a ningún caballero a quien le moleste que a su dama le guste ver cine X. ¿Acaso existe? Por favor, si es así, que se manifieste.
Así comienza el post, “El ve porno, ella no lo ve claro”, que escribí hace más de un año y generó y sigue generando muchos comentarios, sobre todo de mujeres que no entienden que sus parejas gusten de estas cosas. Sin embargo, en ese momento aún no se había producido el fenómeno de“Cincuenta sombras de Grey”, una trilogía de la que también he escrito (si te interesa leerlo, pica sobre el título del libro) y que está provocando situaciones que me parecen de lo más interesante.
Las mujeres, en general, han dado una impresionante bienvenida al mummy porn (porno para mamás, calificativo desacertado ya que tiene fans de todas las edades). Tal es su aceptación que muchas ya hablan de ello sin ningún tipo de vergüenza y hasta se las ve absortas en el dichoso libro en sitios públicos ¡y sin cortarse! Un amigo que está empapándose de la trilogía (“para entenderos”, se escuda) me contaba lo curioso que le resultó ver como su compañera de asiento en el bus leía el primer volumen, él hacía lo propio con el segundo, sin que ninguno hiciera referencia a la coincidencia… ¿Si hubiera sido un libro de Auster qué hubiera pasado?
El caso es que, de repente, las mujeres están hablando de sexo de otra forma, de prácticas que hasta ahora se tenían por solo para raros (nota para mi misma: se impone un post sobre el sexo kinky), de desear como los tíos… y he de confesar que lo considero una gozada y que muchos hombres, cómo no, comparten mi opinión. En los círculos masculinos donde se habla de la experiencia Grey, bueno la experiencia de que sus parejas estén leyendo la historia de Ana y Christian, muchos expresan su satisfacción por el fenómeno, porque el voltaje erótico ha subido en sus habitaciones. Casi todos comentan que, independientemente de lo rosa y literariamente malo que pueda ser el texto, lo inexistente del personaje al que saben no poder emular (¡no en todo!) y lo disparatado de la historia, ¡hay un antes y un después y que temen el momento en que pase el efecto Grey! Explican que, desde que se han metido en la piel de Ana, sus mujeres quieren más sexo y toman más la iniciativa y ellos, por supuesto, son más felices. Como ejemplo, unas cuantas exclamaciones: “Llevamos dos semanas como conejos”, “un monumento, eso le daría yo a la autora”, “va a acabar conmigo, pero a dios gracias”… Una delicia, pues.
Sin embargo, y aquí va el pero, también he escuchado unas cuantas voces de hombres preocupados. Hombres que dicen sentirse utilizados. Un comentario que refleja muy bien este sentimiento: “Yo solo soy el pene que tiene a mano, pero ella se acuesta con Grey”.Tremendo, ¿no? Pues sí, porque además en muchas ocasiones es probablemente cierto. No es él quien la provoca, es el personaje hecho a la medida del sueño erótico de una mujer… ¡La cruda realidad de la vida! Pero claro, esto me da que pensar. La queja de esos hombres tiene que ver con sentirse objeto, con no entender su lugar en esta historia, con creer qué ellos no le bastan a ellas… y, digo yo, ¿no es eso lo que sienten las mujeres que no llevan bien lo de que a sus parejas les vaya el porno? Curioso no. Sin pretenderlo, ¿les estaremos dando a probar su misma medicina? No afirmo, no quiero venganza (no soy de esas), sólo pienso en voz alta… y aún no he sacado conclusiones, si es que eso es posible.
En el fondo, hay algo que me suena a lugar común: el miedo. El miedo femenino a no estar a la altura de las lobas porno, que están a todas, y el miedo masculino a no ser tan viril (=poderoso y sexualmente irresistible) como el galán de nuestra novela… En definitiva, el miedo a no ser lo que espera mi pareja de mi, el miedo a no serle suficiente… ¡Miedo!
Lo dejo aquí, porque aunque tengo mucho más bullendo en mi inocente coco, creo que mejor le doy un par de vueltas a la cuestión y mejor leo vuestras opiniones, dispuesta a aprender. (Depende de vosotros) que así sea.
*El titular sufre de un problema técnico. No logro subir los puntos suspensivos

sábado, 14 de julio de 2012

Los argumentos de Tomás de Aquino a favor de la monogamia. En defensa del poliamor, II



¿Qué argumentos pueden aducirse a favor de la monogamia y contra el poliamor, es decir, contra la tesis de que el amor (en el sentido específico de amor conyugal, cuya diferencia principal con la “mera” amistad es la sexualidad, y que es constitutivo de la familia)  no tiene por qué ser de uno a uno o “monógamo”, sino que tan moral o más puede serlo siendo múltiple?

Empezaré remontándome hasta Tomás de Aquino, no solo ni principalmente (aunque también) por ser un gran pensador y sistematizador del pensamiento antiguo, sobre todo el aristotélico (en este asunto hay diferencia con Platón, quien, en La República, defendió la familia común para todos los guardianes y guardianas), sino por ser el principal referente filosófico-moral para mucha gente, al menos subconscientemente, a través de su magisterio principal en la iglesia católica.
(En este caso, por cierto, más quizás que en ninguno, a la Iglesia le conviene apelar a la luz natural, y dejar un poco en la sombra el texto sagrado, ya que los patriarcas hebreos eran polígamos). 
Según Tomás (sigo aquí la Suma contra los gentiles, CXXIV):

1. Es instintivo en todos los animales no consentir que otros machos compartan sexualmente a “su hembra”, y la razón, al parecer, es que todos quieren disfrutar de la libertad de cohabitar con la hembra cuando lo deseen (de manera similar y por semejantes razones a como no les gusta que nadie toque su comida). Si varios machos pudiesen copular con una sola hembra, eso iría en perjuicio de la libertad de cada uno de ellos. Por ello, dice Tomás, se pelean los machos.

2. Además de esta, hay otra razón por la que de forma natural rechazamos compartir la hembra: el hombre (especialmente, se entiende, el varón), como parte de su plan de vida, necesita estar seguro de cuál es su prole (solo sus verdaderos hijos heredarán, porque son su continuidad, etc.), y esa seguridad se perdería si la hembra pudiese copular con otros machos. Es verdad, dice Tomás, que este segundo problema solo afecta a la posibilidad de la poliandria, y no excluye la poliginia. Pero la primera razón sirve para proscribir ambas posibilidades, pues la mujer sería privada del goce libre de la cópula, si su necesariamente único esposo pudiese copular con otras mujeres.

3. Además, los animales que cuidan de la cría no se permiten la “poligamia”, como puede observarse “en las aves”, según Tomás. Y el hombre está en ese caso.

4. Una razón más es que la amistad requiere “cierta igualdad”. Pero si al hombre le estuviera permitida la poligamia, la mujer, más que una amiga sería una esclava (como prueba la experiencia, según Tomás).

5. Una razón más: una amistad profunda no puede sostenerse con muchos, según afirma el Filósofo en el libro 8 de la Ética a Nicómaco.

6. Por último, la poligamia es contraria a las “buenas costumbres”, como prueba el hecho de que da lugar a muchas discordias.

¿Qué decir de este argumentario tomista como contra la poligamia, o contra el poliamor?

Antes de nada, quiero hacer una observación general acerca de cierto tipo de estrategia argumentativa que usa Tomás y, con él, muchos partidarios de la moral “natural”. Me refiero a la argumentación por analogía con otros animales o, en general, con “la naturaleza”. Debería ser obvio que este tipo de argumentos no solo no es útil sino que es contraproducente (dejando a un lado que, además, la mayor parte de las veces incurre en un desconocimiento profundo de los hechos naturales).

     - No es útil porque, en primer lugar, puede encontrarse ejemplos animales o naturales para todo o casi todo, y especialmente para muchas de las cosas que los teólogos y filósofos están interesados en proscribir como “anti-naturales”: hay animales que se comen a sus crías, o a su “cónyuge”, que practican la homosexualidad, que son muy liberales en materia sexual (con mucho éxito social); hay razas humanas donde se ve de lo más natural la poligamia, donde la pareja no es perenne, donde se ve bien la copulación sagrada… ¿Deberíamos ir desnudos, como hacen todos los animales? Si quisiéramos actuar en analogía con nuestros primeros padres, incluido quien firmó con Dios la Alianza, tendríamos que ver como totalmente “natural” la poligamia. ¿Haremos caso a estos hechos naturales? Seguramente no: condenaremos algunos como “salvajes” o “bestiales”. Pero entonces necesitamos otro argumento, distinto al hecho efectivo de que se den, y que permita discriminar entre correcto e incorrecto, de entre lo que efectivamente se da.
En verdad (y en segundo lugar), en la argumentación moral por analogía con otros hechos naturales, subyace la falacia naturalista. Aunque encontrásemos una conducta completamente común y sin excepciones en todos los animales y demás hombres, de ahí no se deduciría en lo más mínimo que eso es lo bueno y correcto.

     - Además es contraproducente para, por ejemplo, Tomás de Aquino, razonar así, porque trabaja contra una tesis fundamental del interés de los más de los teólogos y filósofos anejos: el carácter “sobrenatural” del hombre. En términos sencillos: no se puede decir “te comportas como un animal” cuando se quiere condenar moralmente a alguien, y “compórtate como cualquier animal” cuando se le quiere conminar a algo.

La caída en ese tipo de argumentos falaces por parte de teólogos y filósofos es tan poco casual como perniciosa. Se trata de la confusión entre naturaleza y naturaleza, y la caída en el materialismo. Una moral “idealista-naturalista” (como la que sostuvieron Platón, Aristóteles, etc., y que yo defiendo) cree que hay, por naturaleza, cosas que son buenas y malas para tal o cual (tipo, individuo y circunstancia de) entidad. Pero esta naturaleza no es la naturaleza de hecho, “lo que es”, sino la naturaleza ideal, “lo que debe ser”.
Nunca es válido, pues, un argumento moral por analogía con lo “natural”, salvo si esa naturaleza es precisamente la naturaleza ideal humana (y de cada uno).

Quienes no vemos una diferencia tan grande entre humanos y otros seres como para establecer una sima entre unos y otros (naturales / sobrenaturales), podemos y tenemos, no obstante, que notar la especificidad de cada ser, y, por tanto, tenemos que sostener que, lo que es “natural” para un ser humano (dada su esencia o naturaleza), no lo es para una mariposa (dada la suya), y lo que es natural para mí (dada mi esencia o naturaleza) no lo es para ti (dada la tuya).

Pero vayamos a los argumentos de Tomás:. Algunos de ellos me parecen manifiestamente débiles y prácticamente desechables:

Por ejemplo, el último (6), según el cual la poligamia (podemos leer también poliamor) sería contrario a las “buenas costumbres”, como se prueba en que da lugar a mayores conflictos. Suponiendo (pero no concediendo) que esa discordia fuese un hecho (habría que estudiar, sin embargo, el calvario que, a lo largo del tiempo y del espacio, ha supuesto y supone el matrimonio monogámico e indisoluble para muchas personas, sobre todo las mujeres), no es un argumento válido, porque las disensiones se deberían, seguramente, a motivos egoístas, y estos deben ser combatidos más que admitidos como causa para abandonar algo que se considere bueno y correcto. Seguramente, además, las disensiones y conflictos a las que se refiere Tomás sean, sobre todo, las que surgen cuando, en el interior de una sociedad endoculturizada en la monogamia, se dan situaciones no-monogámicas. Y eso significa que el argumento es circular: la poligamia da lugar a discordias porque la (esta) sociedad la persigue.

El argumento 5, que dice que (como dijo el Filósofo) la amistad auténtica es muy difícil, es casi peor. ¿Es acaso, la dificultad que hay en conseguir una buena amistad, un buen argumento para prescribir que toda persona tenga a lo más un solo amigo?  Obviamente, no. La amistad no es difícil porque la dedicación a un amigo vaya en detrimento de los demás amigos, sino porque es difícil encontrar personas cuyo principal móvil sea la virtud (o, al menos, en que sean afines caracteriológicamente, a uno). Más bien, “entre los amigos todo es común”, y la propiedad transitiva hace que, en la amistad por virtud (o por afinidad o compatibilidad de caracteres), a diferencia de en la amistad por interés o por placer, los bienes fluyan entre toda la comunidad amistosa. Si teníamos un “amigo en la virtud” y encontramos a otra persona digna de esa amistad, es moralmente debido otorgársela, y sería una discriminación irracional e injusta no hacerlo. Y nadie se atrevería a aducir que, con el nuevo amigo, el primero saldrá perjudicado. Con el poliamor ocurre lo mismo, porque se trata de la amistad completa (incluyendo la sexualidad). Puede ser difícil encontrar a una persona digna de ser nuestra auténtica conyuge, pero si tenemos la suerte de encontrar a dos o más, no existe ninguna razón de amistad para reducirnos a una.

El argumento 4 (según el cual, la amistad requiere “cierta igualdad” y, por tanto, si la mujer no tiene derecho a la poliandria, el varón no puede tenerla para la poliginia), es algo mejor, aunque resulta curioso oírselo a alguien que solo unos capítulos antes ha insistido en que la mujer está naturalmente subordinada al varón. Claro que el término “cierta” permite estar en misa y repicando. En cualquier caso, es obvio que la falta a la igualdad se produciría solo si la relación amorosa múltiple le estuviese permitida a unas personas pero no a otras. Y, en efecto, Tomás cree que es mucho pero la poliandria que la poliginia (por el argumento 2). Por eso, este argumento (4) solo es válido en dependencia de las razones que apoyen que la poligamia para la mujer sería peor que la poligamia para el varón.

El argumento 3, por analogía con “las aves” que crían,  no es tampoco muy bueno, a mi juicio. Obviamente, para la cría y educación de los hijos, es, en principio (estando todo lo demás igual) beneficiosa la estabilidad familiar. Pero ¿por qué esa estabilidad vendría garantizada por la monogamia, más bien que por una familia poliamorosa? La experiencia hoy es, más bien, la contraria: la mayoría de las parejas se rompen cuando surge una nueva relación amorosa, suponiendo ello un perjuicio para los hijos. Si el poliamor estuviese bien visto, seguramente muchas familias serían más estables, además de más felices y respetuosas (la alternativa que nos ofrecen los medios conservadores, desdela Iglesia hasta el extremo o “pureza” de los talibanes, es rechazar el divorcio, cosa que no merece siquiera la atención de una breve discusión).

El argumento principal parece ser el 2 (en combinación con el 1): el hombre está, como parte de su proyecto vital, interesado en identificar con seguridad en todo momento a sus descendientes. Este es un hecho poderoso: nuestros hijos son algo así como nuestra continuación natural (la única manera de subsistir que tiene lo material, según Platón en el Banquete). En algunas especies, incluso, el macho dominante recién llegado mata a las crías de machos anteriores. La explicación en términos de aptitud genética inclusiva es que no hay sitio para todos los genes, y que la competencia es la ley. Aunque esto no tiene un aspecto muy espiritual (ni evangélico).
Sin embargo hay que hacer varias observaciones adversas:

     - Por empezar por lo menos importante, hoy ya es posible identificar genéticamente a nuestros descendientes. Si esa fuese toda la preocupación, bastaría con un análisis genético.

     - Tampoco sería un argumento útil contra aquellas uniones amorosas que no tienen interés en tener descendencia, o para los padres que no sintiesen una especial pulsión por identificar, por vía genética, a sus descendientes.

     - Pero lo más importante es que esa visión nos considera (de una manera muy “materialista”) atados a lo genético. Con ella, la adopción de hijos debería considerarse, en el mejor de los casos, una opción inferior. Y, desde luego, mucha gente lo cree así. Sin embargo, hay pocas razones para sentir una especialísima relación con el descendiente genético, más que con el mimético. Los seres humanos, como entidades altamente espirituales que son, son mucho más el resultado de la comunicación ontogenética que de la filogénesis. La relación entre las cualidades genéticas con que uno nace y lo que uno llega a ser como persona, son mucho más contingentes, casi anecdóticas, que en los otros animales, y que lo que parece creer, de manera instintiva y más bien inconsciente, la tradición. 
No tiene, pues, nada de menos moral, sino acaso al contrario, una familia en la que los padres, un grupo múltiple de amigos y afines, crían y educan a sus hijos.

Por último, tampoco parece muy bueno el argumento (1) de la libertad de uso sexual, contra el cuál parecería ir la posibilidad de compartir el cónyuge. ¿Si yo tengo un ejemplar de la Suma contra los Gentiles, y tengo que (o, mejor sería decir –para que la analogía con el poliamor sea correcta- decido) compartirlo contigo, pierdo, en parte, la libertad de disfrutar de él cuando yo lo desee? Sí, en un sentido poco recomendable moralmente. Por lo demás, no parece más que una muestra de egoísmo y de afán de posesión.

Mi conclusión es que los argumentos que Tomás de Aquino ofrece a favor de la monogamia necesaria y “natural”, no son convincentes. Aún así, hay que reconocer en su visión cierta virtud: cierta apelación a la amistad como base de la vida conyugal, y cierta apelación a “cierta igualdad entre los cónyuges.
Los argumentos de Tomás parecen más bien encaminados a justificar lo convencionalmente sancionado por cierto estado social patriarcal, en un momento histórico determinado y con determinada estructura económica. Hoy es muy difícil ver eso como lo más deseable para el amor conyugal entre humanos.

miércoles, 4 de julio de 2012

¿Conoces los nuevos acuerdos poliamorosos?, María Antonieta Barragán Lomelí



El imperio de la monogamía está cediendo el ligar, a pasos agigantados, a los intercambios de parejas sexuales y el poliamor

Los tres aparecen sonrientes en la foto del periódico turco Hürriyet: Meliha Avci, Mehmet Avci y Ayse Imdat.

Unos días antes, Ayse de 34 años había donado sangre y un riñon a Meliha, quien llevaba 12 años en diálisis debido a una insuficiencia renal. La noticia podría parecer un gesto solidario y humanitario por parte de la joven, salvo que Ayse es la amante de Mehmet –esposo de la mujer enferma– y tiene una hija de cuatro años con él. La decisión de Ayse fue un acto de amor y seguramente responde a la gratitud que siente por la esposa de su amante, al saber que ésta les había dado la bendición para casarse si ella moría. Ahora los tres se cuidan, se toman fotos y comparten sangre, riñón y esposo.

Lo que hicieron los protagonistas de este noticia fue sencillamente llegar a uno de los tantos acuerdos amorosos que hoy en día experimentan millones de hombres y mujeres en el mundo, acuerdos que tienen tantas variables, matices, intensidades, ajustes, negociaciones, compensaciones, enfoques y desafíos, como individualidades existen. Sí, estamos hablando de las posibilidades amatorias pactadas con una o más personas, para extender los vínculos sexuales y amorosos.

Ligues, ‘frees’, amistades cariñosas o con derechos, amigoviazgo, relaciones abiertas, monogamia, bigamia, poligamia, relaciones jerárquicas, polifidelidad, relaciones mono-poliamorosas, arreglos geométricos, triejas, relaciones grupales, familias combo, redes de relaciones conexas, tribus, cuadras, swingers, matrimonios abiertos, relaciones abiertas, monogamia serial, poliginia, poliandria, relaciones cerradas, relación primaria, relación secundaria, red íntima, triada, mono-bigamia… más lo que vaya acumulando.

El bufete está servido y los comensales pueden probar un solo platillo, repetirlo hasta el hartazgo, picar dos o tres opciones, en el mismo plato o por separado; poner en uno solo los manjares que más les llamen la atención y que puedan digerir mejor; ayudarse de dos platos y no perderse de nada, o simplemente pasar de largo y optar por no indigestarse.

Nuevas formas de relacionarse, de romper y crear nuevos paradigmas, opciones que se multiplican, se cruzan, van y vienen, varían, se combinan, se arman, se desarman, pero sobre todo: se acuerdan, y cada cual bajo su responsabilidad sabe lo que pone en juego, lo que está dispuesto a perder o ganar, con el riesgo siempre presente de poder controlar la situación o ser rebasado. La oferta es atractiva para millones; a otros los disloca; unos más abren los ojos con sorpresa; algunos son escépticos… lo cierto es que la diversidad amorosa ya está echada andar, y es una oportunidad para replantear la multiplicidad de nuestros afectos y condiciones, como libertad, respeto, responsabilidad y autonomía, que son indispensables para andar por esas rutas.

Detrás de la puerta

La intimidad pareciera que ha tomado nuevos aires. Busca oxigenarse. Replantear su esencia: averiguar en qué momento quedamos atrapados en lo externo y dejamos de mirarnos. Karla Barrios, terapeuta y sexóloga, lo dice en una sola idea: “No sabemos construir nuestras leyes amorosas, las propias, vivimos con modelos externos que se nos imponen y que hemos aceptado como ideales. Tenemos miedo de plantear nuestras necesidades por temor al abandono, al rechazo, a no encajar en los esquemas institucionales”.

Esta gama de acuerdos amorosos, coinciden los especialistas, es una búsqueda de nuevas formas de amar y de tener relaciones satisfactorias, de cambios internos, de exploración de nuestro potencial amoroso, de experiencias subversivas y, sobre todo, de tocar a las puertas de la negociación sentimental con los otros. ¿Qué otra cosa es un acuerdo?

La psicoanalista Collette Soler afirma que ya “no tenemos paradigma del ideal del amor, ni del ideal del otro”. Pero “tenemos amores en plural”. Su diagnóstico es que tenemos amores sin modelos. “Algo nuevo en la historia”, acota. Y eso nos lleva a inventarlos: “los amores sin modelos son amores a merced de los encuentros”. Se agotó el patrón “te exijo que me exijas” o “que me hagas que yo te exija”.

La felicidad se elije 

Según John Stuart Mill, la felicidad se deriva de una opción racional, no es algo que se consiga mágicamente sino producto de elecciones; es el resultado de un plan de vida, de un sujeto que activa su voluntad para alcanzar la dicha. “El sujeto es el que pugna por controlar sus acciones, por ejercer su capacidad de juicio, por elegir entre diversos objetivos, por legislar su vida”.

Así, cada cual arma su propio modelo de amor y de relación. Como diría Gilles Lipovetsky, las sociedades modernas han entrado en una búsqueda de la realización individual. De lo social pasamos al reinado del ‘sujeto’, explica, que orienta su interés y su sensibilidad al cultivo de las relaciones personales. Este filósofo observa que al hombre contemporáneo lo definen dos características: el aumento en la búsqueda de ayuda profesional y la disminución de la resistencia con que los individuos reconocen que existen problemas en su vida privada.

Por algo el sociólogo y economista inglés Anthony Giddens, en su libro La transformación de la intimidad (Ediciones Cátedra, 1995), afirma que entre los cambios que la modernidad nos trajo “ninguno supera en importancia a los que tienen lugar en la vida privada, es decir, en la sexualidad, en las relaciones, el matrimonio y la familia”.

El concepto de amor romántico, instaurado en el siglo XVIII, “el tuyo para siempre”, “hasta que la muerte nos separe”, “la vida sin ti no tiene sentido”, “todo lo que soy te lo debo a ti”, no vive sus mejores días. Giddens enfrenta el amor romántico a lo que él llama el amor confluente, que presupone igualdad sexual y emocional, lo cual implica una democratización de los lazos personales entre individuos iguales, es decir, equidad entre los que se aman.

La percepción que se ha construido del amor a través de los siglos ha desencadenado fenómenos sociales y expectativas individuales de todo tipo. Hoy por hoy coexisten versiones simultáneas de la forma de entender el amor: tradicionales, modernas, postmodernas, hipermodernas, una heterogeneidad de percepciones y formas de llevarlo a cabo que se enciman unas con otras. La pareja quiere privacidad pero también estar en el mundo; la vida diaria agota y las personas no resisten esa dinámica, por lo que el enamoramiento, pensado en un principio como eterno, como promesa de estabilidad, muchas veces no puede ser cumplido.

¿Qué es el amor en esta nueva era?, se preguntan los teóricos Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim: “Es la colisión de intereses entre amor, familia y libertad personal”. Las relaciones amorosas y sus distintas mutaciones, lo que hemos denominado ‘posibilidades amatorias’, han entrado en una espiral inagotable. Mucho se ha dicho que el amor romántico es una trampa que eleva las expectativas y cada vez resulta más insuficiente. De ahí que surjan nuevas propuestas. Eso desencadena, según los Beck, “el normal caos del amor”.

“El mismo mono, con la misma mona, en el mismo árbol, toda la vida, no podía ser natural

Las noticias acusan que la infidelidad de ambos sexos va en aumento. En recientes estudios realizados por la UNAM, se encontró que 15 por ciento de las mujeres y 25 por ciento de los hombres han mantenido alguna vez en su vida relaciones extras con personas que no son su pareja. Y si se contabilizaran las infidelidades emocionales, es decir, que no involucraron sexo, los números ascienden a 35 por ciento en las mujeres, y 45 para los varones. ¿Causas? Ellas por problemas de comunicación, insatisfacción sexual, falta de amor, características personales más atractivas de los otros hombres y por venganza. Ellos, el físico de otras mujeres, escasa comunicación, insatisfacción sexual, falta de amor, mala higiene de su pareja, problemas económicos y por venganza.

Judith Eve Lipton, psiquiatra del Swedish Medical Center en Washington y David Barash, psicobiólogo de la Universidad de Washington, autores del libro El mito de la monogamia. La fidelidad y la infidelidad en los animales y en las personas (Siglo XXI, 2003), advierten que la búsqueda de variedad sexual siempre les ha gustado a ambos géneros. Nada sugiere, según sus investigaciones, que la monogamia sea un modo de vida natural.

Lipton matiza el concepto “natural”: “Andar y hablar son cosas naturales, pero practicar patinaje artístico o tocar el violín maravillosamente son cosas posibles, factibles, pero no naturales. La monogamia es posible, como el arte, pero no es natural; es más natural un modelo sexual en el que la gente encuentre una pareja, haga promesas que luego rompa, se produzca el abandono, a alguien se le rompa el corazón, luego se hagan más promesas, haya más corazones rotos… lo natural es una retahíla de corazones rotos”.

Nos resulta fuerte la reflexión de la psiquiatra sobre un modelo amatorio que provoca más sinsabores que satisfacción emocional-erótica. Y la pregunta entonces es: ¿Para dónde vamos? ¿Por qué los matrimonios abiertos, los swingers, los poliamorosos… etcétera?

Cada vez menos gente va a querer estar en una relación de dos

Todos se están preguntando lo mismo. Desde la neurología hasta la filosofía le han clavado el diente a estas nuevas formas de acceder a las relaciones sentimentales. Algunos pronósticos ponen el dedo en la llaga, como el de Regina Navarro Lins, sexóloga brasileña, que en su libro La cama reb/velada (Del Nuevo Extremo, 2009), apunta: “En un tiempo muy próximo, las parejas podrán relacionarse por cuestiones afectivas, profesionales o incluso familiares, sin que eso impida que su vida amorosa se multiplique con otros compañeros. Vivir juntos va a ser una decisión mucho más ligada a aspectos prácticos. Cada vez menos gente va optar por encerrarse en una relación de dos. Incluso pueden llegar a tener relaciones estables con varias personas al mismo tiempo y elegirlas por diferentes afinidades”.

Las alternativas amorosas que han surgido no son otra cosa que un ejercicio de libertad. Se podrán criticar, satanizar, admirar, defender, observar, enjuiciar, elegir, pero ahí están, luchando por obtener su lugar, construyéndose, creando su propio argot, su propia semántica amorosa. Un ejemplo es la palabra “compersión”, que significa satisfacción al saber que la persona a la que quieres está disfrutando con otras personas. A través de la compersión se intentan superar los celos. O poliamorfobia, neologismo propuesto para denominar la fobia irracional hacia el poliamor.

Óscar Chávez Lanz, biólogo y fundador del Grupo Interdisciplinario de Sexología, explica que lo que está detrás de estas opciones amorosas es una revolución sexual producto de la infelicidad acumulada ante la imposición de un modelo monógamo, que no es otra cosa que el sometimiento de dos personas. Fundamenta su planteamiento: “Estos nuevos acuerdos parten de una reflexión ética que reconoce que la otra persona merece igual que yo estar viva y disfrutar de la vida, y en ese sentido, abre la posibilidad de que tengan otras parejas sexuales, ya sean hombres o mujeres. Eso es respeto. Yo te respeto con tus diferencias. Para la monogamia, en cambio, la interpretación es: ‘tú me respetas a mí no andando con nadie más’. Ahí, cuando pido respeto no me refiero a que me respetes como soy, sino a que te sometas a una normatividad”.

Chávez Lanz precisa que en las parejas monógamas ni siquiera se dan los acuerdos, sino que todo se da por supuesto. ¿Qué en concreto? La exclusividad en términos eróticos. Pero, y si no hay un acuerdo explícito, ¿de dónde sale esa certeza? Los acuerdos, abunda, mejorarían la calidad de vida de las parejas. Afirma que la monogamia para muchas personas es una situación espontánea que incluso disfrutan, “y tienen todo el derecho, esto no se trata de convencer a nadie de que ande con alguien más”.

Karla Barrios, terapeuta que todos los días atiende a parejas en conflicto, sostiene que “no es que la gente se esté volviendo promiscua, es que está tomando mayor conciencia de la necesidad de atender aquello que realmente es importante, y no hacerlo ya les genera conflicto. La monogamia institucional es un modelo estoico, un modelo de culpa en donde todo está prohibido, todo lo placentero es malo y todo lo que se hace de manera consciente se califica de egoísmo”.

De la monogamia a los poliamorosos

¿Sirve de algo pontificar cuál es mejor acuerdo amoroso? La monogamia tiene sus defensores y detractores; las relaciones abiertas o matrimonios abiertos sabrán hasta dónde quieren llegar; los swingers tienen sus razones, y los poliamorosos tienen tantas variantes que hasta el intento de clasificarlas es un dolor de cabeza semántico. Todos entrañan una dosis de subversión. Todos están en la misma búsqueda: atender las necesidades amoroso-eróticas de los involucrados. Viven piruetas afectivas, sexuales, emocionales, locuras, libertad de ser.

- Oscar Chavez Lanz define: “La diversidad es lo natural”. Karla Barrios, aclara: “Se están probando alternativas; es nuestro derecho a relacionarnos con cualquiera. Estamos aprendiendo a negociar lo que queremos como personas individuales. Las nuevas relaciones están signadas por la confianza, la comunicación y el acompañamiento”.

- Julio César Jérez, administrador en Facebook del Colectivo Poliamoroso de México, destaca los principios de los poliamorosos: “Honestidad, equidad y compromiso. Aquí nadie es pertenencia de nadie. Somos seres autónomos y nos nutrimos de las otras personas. Las relaciones se basan en la construcción y no tienen fecha. Podemos envejecer juntos o terminar en cualquier momento”.

- Alma Isabel Pérez Salcedo, sexóloga, expone que los swingers buscan fantasías compartidas con la pareja, son fieles, pero no monogámicos. “Te amo, te comparto”, esta es quizá la primera aparente contradicción en los swingers. Argumentan, dice la especialista, que los seres humanos estamos creados para la diversidad sexual y no para la monogamia. “El miedo es el trasfondo de la contradicción, pero lo convierten en confianza. La aterradora imagen de que la pareja goce con otros se transforma en una placentera forma de compartir fantasías y placer mutuo”.

- Yves-Alexandre Thalmann, autor del libro Las virtudes del poliamor (Plataforma Editorial, 2008), asegura que el principal reto del poliamor es que “hay que reinventarlo todo”. Para Antulio Sánchez, especialista en temas virtuales y amorosos, el poliamor es una moda dentro de un pequeño grupo de personas que entraña contradicciones y paradojas. “La paradoja es que esa actitud rebelde de rechazar la imposición de un esquema de relaciones sentimentales y sexuales, en realidad termina por emprender un periplo sofisticado para seguir promocionando la misma monogamia”.

- Rolando Díaz Loving, Jefe de la División de Posgrado de la Facultad de Psicología de la UNAM y estudioso de las relaciones de pareja, destaca que el principal conflicto es cómo lograr que el amor dure toda la vida. Para ello se creó el matrimonio, pero en la actualidad hay un crisol de formatos. Los poliamorosos defienden su potencial de amar a varias personas, pero el problema se presenta, advierte, “cuando los receptores interpretan que ese sentimiento no es profundo, grandioso ni para toda la vida si es compartido. Los que reciben se quejan bajo el siguiente argumento: si amas a otros, entonces a mí no me quieres como quisiera que lo hicieras”.

Laberintos amorosos, muchas preguntas, variadas percepciones y argumentos válidos para todos. Al final, mejor nos quedamos con una frase de la escritora Anaïs Nin: “Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo”.

republicado de s1ngular
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