La Túnica Palmaria

domingo, 21 de octubre de 2012

Diferentes formas de ser transgénero


Diferentes formas de ser transgénero

Con un especial de varias entregas, Sentiido se une a las voces que en octubre le recuerdan al mundo que las personas transgénero no están enfermas. Primera parte.

Lorena Duarte, mujer trans, durante una manifestación en Bogotá, 2011.
Lina caminaba por un tramo congestionado de la Carrera Séptima de Bogotá. Avanzaba tomada de gancho de su amiga Isabella. De repente, una voz las sorprendió por la espalda: “Ahora sí se descararon. Basta con haberles dado unos derechos para que crean que pueden andar por la calle como quieran”.
El intento de insulto que esta persona les hizo a estas dos mujeres transgénero o trans, demuestra lo cruzadas que el peatón tenía (o tiene) sus ideas: pensaba que se trataba de dos hombres homosexuales que, “en la fase final de su gaysura” habían empezado a vestirse como mujeres.
Como esta persona, hay millones de colombianos que no tienen idea de qué es ser transgénero. De la sigla LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales), con esfuerzo llegan hasta la “G”.
La “T” es justamente la letra que agrupa a esta población. El manual ¿Dónde está la diferencia? elaborado en 2011 por Colombia Diversa, entre otras instituciones, las define como aquellas personas que desarrollan una identidad de género contraria a la esperada por su sexo biológico. (Ver al final del artículo recuadro con algunas variantes del transgenerismo).
Son a quienes se educa como hombre o mujer según su genitalidad, pero quienes sienten que ese género no es el que les corresponde: se identifican con el sexo opuesto y no tienen, por tanto, un comportamiento acorde con lo que la sociedad espera de ellos. Son hombres con pene que se construyen como mujeres o, mujeres con vagina, que lo hacen como hombres.
Se llaman mujeres trans a quienes nacieron con genitalidad masculina pero se identifican con el género femenino y, hombres trans, a las personas que llegaron al mundo con vagina pero se identifican con el género masculino.
Bienvenidos los grisesLa construcción también puede ser hacia un estado que no sea exclusivamente masculino ni femenino, sino intermedio. Este es el caso de Lilith Natasha Border Line, directora de Transcity (comunidad transgenerista de Medellín). Pues, afirma, “nunca he sido ni completamente masculina ni femenina: soy transgenerista”.
Diana Navarro, mujer trans y quien se define como “negra, marica y puta”, agrega que no se nace ni hombre ni mujer. Por su genitalidad, las personas son clasificadas en uno u otro sexo y a partir de ahí se imponen roles masculinos o femeninos ignorando que la identidad de género no siempre va en concordancia con los genitales.
Desde los siete años Lina Montero, mujer trans de 34 años, sentía que su cuerpo no correspondía con lo que sentía. “Pero la gente me decía: usted es un niño y tiene que portarse como tal. Así que vivía en un conflicto interno porque me sentía bien de una manera pero me obligaban a comportarme de otra”.
Las personas trans quieren que su mente y cuerpo hablen el mismo idioma. Para esto acuden entre otras alternativas a terapia hormonal y a procedimientos quirúrgicos. Las investigaciones médicas señalan que la transición más frecuente es de hombre a mujer; sin embargo, según Elena Martin, psiquiatra y docente de la facultad de medicina de la Universidad Nacional de Colombia, desde hace unos años cada vez se ven más mujeres con identidad masculina y personas más jóvenes, no tan adultas, iniciando el tránsito hacia el otro sexo.
Lina Montero empezó este proceso hace dos años, a los 32, cuando conoció casos de quienes ya lo habían hecho. Antes vivía su identidad de género en la privacidad de su cuarto. “Lo bueno fue que no tomé mi decisión viciada con tanta información que circula por ahí de que tal producto saca tetas o que es aconsejable inyectarse aceite en la cola”.
Algo no cuadraPor lo general, las personas trans empiezan a sentir que algo no les cuadra desde los dos años y medio de edad, en pleno descubrir de la identidad sexual. “El niño insiste, por ejemplo, en orinar sentado o, más adelante, en que algún día se le va a caer el pene, mientras que a las niñas les sucede al revés”, agrega Álvaro Franco, director de la especialización en psiquiatría infantil y del adolescente de la Universidad del Bosque en Bogotá.
Desde muy temprano las personas transgénero sienten inconformidad con la ropa y  los juguetes que, por el hecho de ser niño o niña, la sociedad espera que usen. Para María Elvia Domínguez, psicóloga, máster en estudios de género y docente de la facultad de psicología de la Universidad Nacional, con el tiempo, esa situación empieza a generarles angustia.
En su infancia, Lina Montero no tenía muy claro qué era lo que le pasaba, pero soñaba con que algún día tendría mucho dinero para realizarse las transformaciones corporales que quería. “No sabía que existía un procedimiento quirúrgico llamado reasignación sexual (operación de genitales) pero deseaba ese cambio”.
A estas personas les pasa algo similar que a los niños que descubren que tienen problemas de aprendizaje y no pueden avanzar al ritmo de sus compañeros. “A los transgeneristas les preocupa no poder responder como los demás a las expectativas sociales”, agrega Domínguez.
Los “raros” son ellosLorena Duarte, por su parte, nunca se sintió distinta. “Era como cuando a uno le pegan un letrero en la ropa y los demás lo ven pero uno no”. Actuaba como quería y eran los otros los que veían en ella algo distinto. Pasó mucho tiempo para que ella entendiera a qué se referían sus padres, profesores y compañeros de colegio cada vez que la señalaban.
Las familias son las primeras en notar que los niños tienen “algo distinto”. La reacción más común es obligarlos a tener los comportamientos que se esperan de su género. Sin embargo en la adolescencia, etapa en la que suceden cambios físicos y emocionales importantes y con los que la persona no se siente identificada, el transgenerismo es aún más notorio.
Es el momento en que, muchas veces, la persona empiezan a tomar acciones para lograr que su cuerpo esté acorde con su identidad de género y las demás personas la traten como él o ella se siente. Así, por ejemplo, algunas mujeres optan por vendarse los senos.
En 1950, el médico endocrinólogo alemán Harry Benjamin calificó las inconformidades con el cuerpo biológico como transexualismo. Las describió como un trastorno médico y endocrino que requería terapia hormonal y, en algunos casos, reasignación sexual.

Algunos integrantes del colectivo Entre-tránsitos. Bogotá, 2011.
¿Una enfermedad?Actualmente, el transgenerismo está incluido en el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders – DSM). En el DSM IV, el vigente, se conoce como trastorno de la identidad de género.
Bernardo Useche, psicólogo y doctor en salud pública y quien realiza investigaciones en sexualidad y salud sexual, considera que el transgenerismo aún clasifica como patología por la concepción social predominante de hombre – mujer y la dificultad que las personas tienen para aceptar un distanciamiento del sexo biológico. “Yo, sin embargo, estoy convencido de que esas variaciones son normales y, por tanto, deberían desaparecer de los manuales”.
Incluso, en algún momento, se estudió una propuesta que Useche, junto con la Dra. Diana Villegas, formuló para empezar a referirse a esta condición como “incongruencia de género” y eliminar así la connotación patológica, pero la iniciativa no contó con el respaldo suficiente.
En opinión de este especialista, el transgenerismo debe ser tratado como el embarazo y el parto, donde ni lo uno ni lo otro son enfermedades. En ambos casos se requiere una atención médica especializada pero no un diagnóstico patológico: “tampoco debería requerirse en estos casos para justificar la asistencia psicológica, quirúrgica y hormonal necesaria”.
“No lo resisto”Sin embargo, según Álvaro Franco, esta condición será considerada una patología hasta mayo de 2013 cuando salga el DSM V. Quedará solamente la disforia de género o cuando la persona se siente muy mal con su cuerpo y tiene, incluso, intentos de mutilación, pues “se experimenta un altísimo desagrado con su género y esto interfiere con la vida laboral, académica y social”.
Unas de las posibles razones de que este diagnóstico se mantenga es obligar a las compañías médicas a asumir el costo de parte de los tratamientos requeridos como son: acompañamiento psicológico y terapia hormonal. (Espere una ampliación de este tema en la segunda parte de este especial).
La pregunta, entonces, es si el transgenerismo es un tema estudiado y si está presente en diferentes culturas ¿por qué aún a un buen número de personas le cuesta entenderlo y aceptarlo? ¿Por qué hay quienes no saben cómo dirigirse a una persona trans? “La gente nos tiene miedo. Evitan saludarnos y nos miran de reojo”, dice Lina. ¿Por qué aún es un tema que la desencaja tanto?
En parte, porque la diferencia en el tema sexual, además de ser un tabú, produce discriminación. “No debería ser así pero esta es una sociedad que le da muy duro a quienes se salen de la norma de la mayoría”, señala Martin. Para muchos, si alguien nació mujer debe sentirse como tal, ser heterosexual y punto.
La influencia judeocristiana también ha sido determinante. Se considera que las personas trans van en contravía de la reproducción porque “Dios los creó hombre y mujer”. Es una población juzgada por muchos como subversiva por remover lo establecido y cuestionar el orden social y económico, así como el concepto de familia. “Esto seguramente cambiará en unos años pero, en este momento, una persona trans causa terror a quienes quieren mantener la sociedad atada a unas condiciones económicas y sociales de desigualdad”, opina Useche.
A mitad de caminoCuando las personas trans están en proceso de tránsito hacia el otro género, suelen tener un cuerpo con características masculinas y usar prendas femeninas o un cuerpo femenino con ropa considerada masculina, lo que a mucha gente le produce desagrado. “Las ven como a mitad de camino y hay una gran dificultad en admitir lo gris”, dice Martin. Para completar, en cine y televisión acostumbran a vincularlas con ambientes sórdidos o delictivos y con una vida desordenada.
Sin embargo, de la población LGBTI, la transgenerista es la más visible. Muchos gays, lesbiana y bisexuales pueden, si quieren, pasar como heterosexuales pero la condición transgénero se nota, y eso para muchas personas es transgresor.
Adicionalmente, las personas que nacieron con sexo masculino pero se identifican como mujeres, reciben la misma discriminación que, en una sociedad machista, implica pertenecer a este género. Son también descalificados porque teniendo la posibilidad de ser hombres y de vivir en una situación de poder, renuncian a esto.
En la discriminación, explica Useche, también influye un factor de clase social o condición socioeconómica. La población predominante en Colombia es de escasos recursos. Según el psicólogo, “el 60 por ciento está por debajo de la línea de pobreza”. Por tanto, si se toma una muestra poblacional de transgeneristas, la mayoría pertenecerá a los estratos 1 y 2, lo que los hace doblemente vulnerables.
En 1990 (año en que se eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales) la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 17 de mayo como día internacional de la homofobia y la transfobia. “Quienes sienten esta fobia padecen un trastorno mental. El transfóbico sí está enfermo”, agrega Franco.
Asimismo, el 20 de octubre se ha decretado como el día internacional para exigir que el “trastorno de identidad de género” sea retirado de los manuales de enfermedades mentales (día conocido como “de despatologización trans”).

Manifestación frente a la Secretaría Distrital de Salud, para pedir mejoras en el acceso al sistema para las personas trans. Bogotá, 2011.
“¡Defínase!”Otro de los factores que a la mayoría de la gente le cuesta entender de las mujeres trans es el hecho de que algunas se pongan implantes mamarios, opten por una estética femenina y mantengan sus genitales masculinos.
La idea siempre es “normalizar” la situación y, una manera de hacerlo, es considerar que “ya que decidió ser mujer”, tenga vagina o, si ya que optó por ser hombre, pene. Gran parte de la sociedad no acepta que ellas quieran transitar entre los dos géneros. Sin embargo, la realidad es que dentro del transgenerismo también hay una enorme diversidad.
En muchas ocasiones, el objetivo final de las personas trans no es la reasignación sexual. Las transexuales o quienes optan por el cambio genital son una porción más de la población trans. Quedarse con los genitales es un derecho que no puede violentarse.
Diana Navarro asegura que, de suprimir esa parte de su cuerpo, perdería un 75 por ciento de su sensibilidad y que no está dispuesta a renunciar a una vida sexual plena por satisfacer unos cánones sociales que dictan que solamente se es mujer cuando se tiene vagina: “yo soy una mujer con pene y testículos”.
Los genitales, además, son una parte fundamental para ejercer la prostitución pues la sexualidad es una faceta de la vida que ofrece múltiples posibilidades. Además, una cosa es la identidad de género y otra las prácticas sexuales en donde la opciones van hasta donde la creatividad lo permita.
Ahora, hay hombres que se definen supuestamente como bisexuales porque les atraen tanto las mujeres biológicas como las trans. Sin embargo, ellos caen en el prejuicio de seguir considerando a las mujeres trans como “hombres que se visten de mujer”. No, ellas son mujeres.
Además, el tema de la orientación sexual (lesbiana, gay o bisexual) no tiene nada que ver con la identidad de género (femenino, masculino, trans, etc.). Por el hecho de que una persona se construya del género opuesto al sexo con el que nació, no implica que le gusten las personas del sexo opuesto. Por ejemplo, si Tatiana es una mujer trans, pues nació con genitales masculinos y se identifica como mujer, esto no la obliga a sentirse atraída por los hombres. “La orientación sexual nuestra es tan diversa como la del resto de la población”, señala Diana Navarro.
Diversidad en la diversidadUna mujer trans es heterosexual cuando se siente atraída por hombres a quienes les gustan las mujeres. “A un hombre heterosexual le atrae el sexo opuesto con o sin vagina”, agrega Lorena Duarte. Las trans que les atraen las mujeres son lesbianas y a las que les llaman la atención los dos géneros son  bisexuales. De igual forma aplica para los hombres transgénero.
Lina Montero siente que, en el fondo, la gente las censura porque no se ha puesto en sus zapatos: “Piensan en nosotras desde un punto de vista estético: el hombre que quiere lucir como mujer o la mujer que quiere lucir como hombre. Pero esto es un sentimiento mucho más profundo. No se trata de cómo uno quiera verse sino de lo que quiere ser. Si fuera algo tan superficial, no nos expondríamos a burlas, rechazos y a la exclusión de la familia”.
La gran apuesta es cuestionar el modelo rígido y tradicional de que solamente está permitido ser hombre o mujer de nacimiento y reivindicar la condición transgenerista. Entender el género no solamente como masculino o femenino sino como un espacio indefinido por el que las personas puedan transitar libremente sin juicios de por medio ni sentimientos de culpa.

Algunas variantes del transgenerismo:*

  • Transexual: persona que se siente y concibe como pertenecientes al sexo opuesto y que opta por una intervención médica, hormonal o quirúrgica, para adecuar su apariencia física a su realidad psíquica, espiritual y social.
  •  Travesti: quien de manera permanente construye una apariencia corporal y unas maneras comunicativas del género opuesto a su sexo biológico. No se somete a operaciones de cambio de sexo.
  • Transformista (drag king – mujeres) / drag queen – hombres): persona que, ocasionalmente y generalmente para espectáculos, construye una apariencia corporal y unas maneras comunicativas correspondientes al género opuesto. No buscan ser del otro sexo.
* Tomado del manual: ¿Dónde está la diferencia? Bogotá, 2011.

La ciencia de los sexos


La noche temática - La ciencia de los sexos

13 oct 2012

A las siete semanas de la gestación los cromosomas determinan el sexo del feto. La mujer XX y el hombre XY, pero en ocasiones ocurre algo diferente y los cromosomas marcan XXY, son los "intersexuales". Esto queda reflejado físicamente, los niños nacen con los dos sexos. Muchas veces la identidad sexual va más allá de cuestiones puramente físicas. Para algunas personas viene determinada por su forma de pensar. Estudios recientes han descubierto que los hombres transexuales y las mujeres heterosexuales tienen una estructura similar en la región del cerebro relacionada con el sexo, es decir, el hipotálamo. No hay ninguna estadística precisa sobre el número de transexuales en todo el mundo. En los Estados Unidos se estima que el uno por ciento de la población es transexual, cerca de tres millones de personas, pero no poca gente cree que esta cifra se queda corta.
Histórico de emisiones:
29/10/2011
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LA TRANSEXUALIDAD SEGÚN BAUDRILLARD


LA TRANSEXUALIDAD SEGÚN BAUDRILLARD

TODOS SOMOS TRANSEXUALES EN UNA ERA TRANSEXUAL El cuerpo sexuado está entregado actualmente a una especie de destino artificial. Y este destino artificial es la transexualidad. Transexual, no en el sentido anatómico, sino en el sentido más general del travestismo, del “juego de la perfección” sobre la conmutación de los signos del sexo y por oposición al juego anterior de la diferencia sexual, del juego de la indiferencia sexual, indiferenciación de los polos sexuales e indiferencia al sexo como goce. Lo sexual reposa sobre el goce (es el leitmotiv de la liberación) y lo transexual reposa sobre “el artificio”, sea éste el de cambiar de sexo o el juego de los signos indumentarios, gestuales, característicos de los travestidos. En todos los casos, operación quirúrgica o semiquirúrgica, signo u órgano, se trata de prótesis. Y cuando como ahora el destino del cuerpo es volverse prótesis, resulta lógico que el modelo de la sexualidad sea la transexualidad y que ésta se convierta por doquier en el lugar de la seducción.
“Todos somos transexuales. De la misma manera que somos potenciales mutantes biológicos, somos transexuales en potencia. Y ya no se trata de una cuestión biológica. Todos somos simbólicamente transexuales”.
Se podría hablar también del travestismo de la estética, del que Andy Warhol habrá sido, sin duda, la figura emblemática. Andy Warhol fue un mutante solitario, precursor de un mestizaje perfecto y universal del arte, de “una nueva estética” para después convertirse precursora de “todas las estéticas”. Un personaje completamente artificial, también inocente y puro, un andrógino de la nueva generación, una especie de prótesis mística y de máquina artificial que, por su perfección, nos liberó tanto del sexo como de la estética. Cuando Warhol dijo “todas las obras son bellas, sólo tengo que elegir, todas las obras contemporáneas son equivalentes”; o cuando afirmaba que “el arte está en todas partes, así que no existe, todo el mundo es genial, el mundo tal cual es, en su misma banalidad, es genial, nadie puede creerlo”, describía la configuración de la estética moderna, que es de un agnosticismo radical. Todos somos agnósticos, o travestis del arte o del sexo. Ya no tenemos convicción estética ni sexual, sino que las profesamos todas.
El mito de la liberación sexual permanece vivo en la realidad bajo muchas formas, y sin embargo, en en lo imaginario domina el mito transexual, con sus variantes andróginas y hermafroditas. Después de la orgía, lo más kitsch del travestido. Después del deseo, la expansión de todos los simulacros eróticos, embarullados, la transexualidad en toda su gloria. Pornografía postmoderna si cabe, en la que la sexualidad se pierde en el exceso teatral de su ambigüedad.
Las cosas han cambiado mucho desde que sexo y política forman parte del mismo proyecto subversivo: si Cicciolina pudo ser elegida diputada en el Parlamento italiano, es precisamente porque lo transexual y la transpolítica coinciden en la misma indiferencia irónica. Esta performance, inimaginable hace sólo una par de décasdas, habla en favor del hecho de que no sólo la cultura sexual sino toda la cultura política ha pasado al lado del travestismo. Esta estrategia de “exorcismo del cuerpo” por los signos del sexo, de “exorcismo del deseo” por la exageración de su puesta en escena, es mucho más eficaz que la tradicional y obsoleta represión por la prohibición. Pero al contrario de la otra, ya no se acaba de ver a quien beneficia, pues todo el mundo la sufre indiscriminadamente. Este régimen de lo travestido se ha vuelto la base misma de nuestros comportamientos, incluso en nuestra búsqueda de identidad y de diferencia. Ya no tenemos tiempo de buscarnos una identidad en los archivos, en una memoria, ni en un proyecto o un futuro. Necesitamos una memoria instantánea, una conexión inmediata, una especie de “identidad publicitaria” que pueda comprobarse al momento. Así, lo que hoy se busca ya no es tanto la salud, que es un estado de equilibrio orgánico, como una expansión efímera, higiénica y publicitaria del cuerpo, mucho más, una performance que un estado ideal. En términos de moda y de apariencias, lo que se busca ya no es tanto la belleza o la seducción, como el look.
Cada cual busca su look. Como ya no es posible definirse por la propia existencia, sólo queda por hacer un acto de apariencia sin preocuparse por ser, ni siquiera por ser visto. Ya no “existo, estoy aquí”, sino “soy visible, soy imagen – ¡look, look!”. Ni siquiera es narcisismo sino una extroversión sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria de sí mismo en la que cada cual se convierte en empresario de su propia apariencia.
El look es una especie de imagen mínima, de menor definición, como la imagen de vídeo, de imagen táctil, como diría McLuhan “que ni siquiera provoca la mirada o la admiración, como sigue haciendo la moda, sino un puro efecto especial, sin significación concreta”. El look ya no es la moda, es una forma superada de la moda. Ni siquiera se basa en una lógica de la distinción, ya no es un juego de diferencias, juega a la diferencia sin creer en ella. Es la indiferencia. Ser uno mismo se ha vuelto una hazaña efímera, sin mañana, un amaneramiento desencantado en un mundo sin modales…
Retrospectivamente, este triunfo de lo transexual y de lo travestido arroja una extraña luz sobre la liberación sexual de las generaciones anteriores. Dicha liberación, lejos de ser, de acuerdo con su propio discurso, la irrupción de un valor erótico máximo del cuerpo, con asunción privilegiada de lo femenino y del goce, sólo habrá sido quizá una fase intermedia en el camino de la confusión de los géneros. La revolución sexual quizá sólo habrá sido una etapa en el camino de la transexualidad. En el fondo, es el destino problemático de toda revolución.
La revolución sexual, al liberar todas las virtualidades del deseo, lleva al interrogante fundamental “Soy un hombre o una mujer?” (por lo menos, el psicoanálisis habrá contribuido a este principio de incertidumbre sexual). En cuanto a la revolución política y social, prototipo de todas las demás, habrá conducido al hombre, dándole el uso de su libertad y de su voluntad propia, a preguntarse, según una lógica implacable, dónde está su voluntad propia, qué quiere en el fondo y qué tiene derecho a esperar de sí mismo, probablemente, un problema insoluble. Ahí está el resultado paradójico de cualquier revolución: con ella comienzan la indeterminación, la angustia y la confusión. Una vez pasada esta “orgía de identidades” la liberación habrá dejado a todo el mundo en busca de su identidad genérica y sexual, cada vez con menos respuestas posibles, dada la circulación de los signos y la multiplicidad de los tipos de placeres. Así es como todos nos convertimos en transexuales. De la misma manera que nos hemos convertido en transpolíticos, es decir, seres políticamente indiferentes e indiferenciados, andróginos y hermafroditas, hemos asumido, digerido y rechazado las ideologías más contradictorias llevando únicamente una máscara, y transformándonos en nuestra mente, sin saberlo quizá, en travestis de la política.
Texto extraído del libro “La transparencia del mal” (Ensayo sobre los fenómenos extremos), Jean Baudrillard, Págs. 26/31. 
Editorial Anagrama, Barcelona, España, febrero 1991.