Žižek. Estrategias del liberalismo para ocultar su carga ideológica
Vivimos en una sociedad en la que ciertas características, actitudes y normas de la vida ya no son percibidas como si estuvieran marcadas ideológicamente, sino que parecen ser neutrales, no ideológicas, de “sentido común”. Designamos como ideología lo que se mantiene fuera de este contexto: el celo religioso extremo o la dedicación minuciosa a una orientación política determinada.
La economía se ha despolitizado, y se habla de “culturización de la política”. Las diferencias políticas, derivadas de la desigualdad política o la explotación económica, son naturalizadas y neutralizadas bajo la forma de diferencias culturales (“modos de vida”). Los viejos conflictos entre izquierda y derecha dicen haberse superado, ya no hay lucha de clases, y ahora la batalla de la socialdemocracia se concentra en el reconocimiento de los diversos estilos de vida particulares, en reafirmar la tolerancia de esta sociedad hoy en día multicultural.
La realidad es que la no ideología con la que se reviste la sociedad liberal capitalista no es otra cosa que la forma encubierta de la ideología liberal, su deformación o desplazamiento formal. Slavoj Zizeck (1949) en sus ensayos “En defensa de la intolerancia” (2001) y “Primero como tragedia, luego como farsa” (2011) ahonda en la ideología subyacente que da motor a la serie de medidas que posibilitan la perpetuación del capitalismo.
Estrategias…
a) El liberalismo económico se legitima como expresión directa de las necesidades de la naturaleza humana.
Toda forma social, religiosa y cultural es histórica, contingente, relativa: toda forma salvo la de la ideología burguesa. Una vez hubo una historia, pero ahora ya no hay ninguna historia más. En la “Miseria de la filosofía” (1847), Marx escribió:
“Los economistas tienen una manera singular de proceder. Para ellos no hay más que dos clases de instituciones, las artificiales y las naturales. Las instituciones del feudalismo son instituciones artificiales y las de la burguesía son instituciones naturales. En esto se parecen a los teólogos, que también establecen dos clases de religiones. Toda religión que no es la suya es una invención de los hombres, mientras la suya propia es una emanación de Dios. Cunado los economistas dicen que las relaciones actuales- las relaciones de producción burguesas- son naturales, dan a entender que son relaciones dentro de las cuales se crea la riqueza y se desenvuelven las fuerzas productivas con arreglo a las leyes de la naturaleza. Por ello estas relaciones son, en sí mismas, leyes naturales independientes de la influencia del tiempo. Son leyes externas que deben regir siempre la sociedad. Así, la historia ha existido, pero ya no existe. Ha habido historia, puesto que han existido instituciones feudales, y en esas instituciones del feudalismo encontramos relaciones de producción enteramente distintas a las de la sociedad burguesa, que los economistas pretenden dar por naturales, y como tales, eternas”.
b) La economía es una ciencia, con “soluciones técnicas” para problemas racionales. Los economistas son expertos que buscan estrategias de progreso y soluciones a nuestros problemas bajo el criterio de lo eficiente.
El capitalismo no necesita justificación ideológica, porque su éxito es en sí mismo suficiente justificación. Guy Dorman: “El capitalismo es un sistema que no tiene pretensiones filosóficas, que no va a la búsqueda de la felicidad. Lo único que dice es: “Bien, esto funciona”. Y si la gente quiere vivir mejor, es preferible que utilice este mecanismo, porque funciona. El único criterio es la eficacia”.
Lo que se nos oculta es que no existe tal cosa como un mercado neutral; en cada situación concreta, las configuraciones del mercado están siempre reguladas por decisiones políticas. Tomar decisiones-sobre que producir, qué consumir, en qué energía apoyarse- que finalmente afectan al propio modo de vida de un pueblo no sólo no son técnicas, sino que son eminentemente políticas en el sentido más radical de la esencia de elecciones sociales fundamentales.
Žižek: “A causa de su absoluta omnipresencia, la ideología aparece como su propio opuesto, como la no ideología, como el núcleo de nuestra identidad humana por debajo de todas las etiquetas ideológicas”.
c) De la guerra de clases a la guerra moral (patriotas verdaderos VS ciudadanos que degeneran los valores intrínsecos a nuestro país).
En las elecciones europeas de junio de 2009 los votantes apoyaron masivamente políticas neoliberales conservadoras, las mismas políticas que han venido a gestar la actual crisis, con sus efectos de reducción de derechos y recortes en servicios públicos. ¿La ciudadanía que vota a la derecha está literalmente actuando en contra de sus propios intereses? Para reflexionar sobre ello deberíamos de recordar la obra de Thomas Frank (“¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos“), que describe el conservadurismo populista contemporáneo. ¿No es cuando menos extraño que agricultores con sueldos mínimos, sin grandes derechos sociales, apoyen las mismas políticas que los ardientes defensores del libre mercado? La respuesta: la oposición por motivos económicos (agricultores pobres y trabajadores manuales contra abogados, banqueros y grandes compañías) se recodifica en la oposición entre estadounidenses cristianos, trabajadores y honestos, y liberales decadentes que beben café con leche, conducen coches extranjeros, defienden el aborto y la homosexualidad, y se burlan del sacrificio patriótico y de los “provincianos” modos de vida. El enemigo se presenta como la élite que por medio de la intervención del Estado federal- desde el transporte escolar hasta la legislación sobre la enseñanza en las aulas de teorías darwinianas y prácticas sexuales pervertidas- quiere socavar el auténtico espíritu americano y degenerar las “costumbres auténticas”. Así entonces, la principal exigencia económica de los conservadores es librarse del Estado fuerte, que grava a la población para financiar sus intervenciones reguladores; su programa económico es “menos impuestos, menos regulaciones”. La inconsistencia de esta posición ideológica es evidente: los votantes de los conservadores populistas están literalmente aupándose a la ruina económica. Menos impuestos y regulaciones significan más libertad para las grandes compañías que están llevando a la quiebra a los empobrecidos agricultores; menos intervención del Estado significa menos ayuda federal para los pequeños empresarios.
Si bien la “clase dominante” discrepa o le da igual el programa moral y populista del sector conservador/ultracatólico (no al aborto, no tolerancia a la homosexualidad, hincapié en la familia tradicional, patriotismo, etc.), se sirve de la “guerra moral” como medio de mantener controlados a los trabajadores, es decir, como medio de que éstos articulen su desilusión sin perturbar el statu quo económico. Anunciar su programa como una defensa de la moralidad permite además que las clases bajas y medias no sean conscientes de la ideología con la que revisten las propuestas económicas.
En definitiva, pese a que se nos dice que vivimos en una sociedad posclase, la lucha que se concentra en lo cultural y en lo moral es ciertamente una guerra de clases en un modo desplazado y recodificado.
d) Transmisión de la idea de que la democracia y el progreso están unidos al sistema capitalista. El capitalismo es el mecanismo que permite un mundo más justo y libre.
Žižek: “Actualmente todas las características que actualmente identificamos con la democracia liberal (sindicatos, sufragio universal, educación universal gratuita, libertad de prensa, etc.) fueron en el pasado alcanzadas a través de una lucha larga y difícil por parte de las clases bajas durante los siglos XIX y XX; es decir, fueron cualquier cosa menos las consecuencias “naturales” de las relaciones capitalistas. Se puede recodar la lista de reivindicaciones con las que concluye el Manifiesto comunista: la mayor parte de ellas, con la excepción de la abolición privada de los medios de producción, son actualmente ampliamente aceptadas por las democracias “burguesas”, pero solamente como consecuencia de las luchas populares. Merece la pena subrayar otro hecho a menudo ignorado: actualmente, la igualdad entre blancos y negros se festeja como parte del sueño americano, y se considera un axioma ético-político evidente en sí mismo, pero en las décadas de 1920 y 1930, los comunistas estadounidenses eran la única fuerza que peleaba por la completa igualdad racial. Aquellos que afirman la existencia de un vínculo natural entre el capitalismo y democracia están haciendo trampas con los hechos, de la misma manera que lo hacela Iglesia católica cuando se presenta a sí misma como la defensora “natural” de la democracia y de los derechos humanos contra la amenaza del totalitarismo; como si la realidad no fuera quela Iglesia aceptó la democracia solamente a finales del siglo XXI, dejando claro que prefería la monarquía y que estaba haciendo, a su pesar, una concesión a los nuevos tiempos”.
e) Capitalismo de rostro humano. Humanización de la ideología del capitalismo.
La ”estupidez” y la manipulación ideológica” no son respuestas totalmente válidas; no es suficiente con afirmar que las clases bajas y medias han sufrido un lavado de cerebro por parte del aparato ideológico, de modo que ya no son capaces de identificar sus auténticos intereses.
Žižek: “La estrategia del capitalismo que está surgiendo como hegemónica en la actual crisis es la de ofrecerse como un ecocapitalismo “socialmente responsable”. Aunque admitiendo que, en el pasado y en el presente, el sistema de libre mercado ha sido a menudo sobreexplotador, con consecuencias catastróficas, se afirma que se pueden distinguir señales de una nueva orientación que es consciente de que la movilización capitalista de la capacidad productiva de una sociedad también puede hacerse para servir a objetivos ecológicos, a la lucha contra la pobreza y demás encomiables objetivos. Como regla, esta versión se presenta como parte de un cambio más amplio hacia un nuevo paradigma holístico espiritual posmaterialista. Con la creciente conciencia de la unidad de toda la vida en la tierra y de los peligros comunes a los que todos nos enfrentamos, está surgiendo un nuevo enfoque que y ano opone el mercado a la responsabilidad social; ambos pueden ser reunidos para beneficio muto. La colaboración con los empleados y la participación de éstos, el diálogo con los clientes; el respeto por el medio ambiente; la transparencia en los tratos de los negocios, son, en nuestros días, las claves del éxito. Los capitalistas no deben ser simplemente máquinas de generar beneficios ya que sus vidas pueden tener un significado más profundo. Sus lemas preferidos son la responsabilidad social y la gratitud: son los primeros en admitir que la sociedad ha sido increíblemente buena para con ellos, permitiéndoles desplegar sus talentos y amasar una gran riqueza; por ello, es deber suyo devolver algo a la sociedad y ayudar a la gente común. Solamente esta clase de enfoque humanitario permite que valga la pena tener éxito en los negocios…De esta manera, la nueva escala de valores de responsabilidad global es capaz de poner en funcionamiento el capitalismo como el instrumento más eficaz para el bien común. El dispositivo ideológico básico del capitalismo-lo podemos llamar “razón instrumental, “explotación tecnológica” o como más nos guste- queda separado de sus condiciones concretas socioeconómicas (las relaciones capitalistas de producción) y es concebido como una vida autónoma o una actitud “existencial” que debe (y puede) ser superada por una perspectiva más “espiritual”, dejando intactas estas mismas relaciones capitalistas”.
A nivel de consumo, Žižek nos alerta sobre las nuevas figuras que ha tomado el espíritu del capitalismo, entre las que destaca la del “capitalismo cultural”. Compramos mercancías no por la consideración de su utilidad ni como símbolo de nuestro estatus, lo hacemos principalmente para obtener la experiencia que proporcionan; las consumimos para hacer nuestras vidas placenteras y llenas de significado. Se supone que el consumo mantiene la calidad de vida, su tiempo debe ser un “tiempo de calidad”, no el tiempo de la alienación, de imitar modelos impuestos por la sociedad, sino el tiempo de una auténtica realización de mi verdadero Ser, del sensual juego de la experiencia y del cuidado de otros a través de la implicación en la caridad o la ecología, etc.
Žižek encuentra un caso ejemplar de este “capitalismo cultural” en la campaña de publicidad de Starbucks: “No es simplemente lo que estás comprando. Es lo que representa”. Después de ensalzar la calidad del propio café, el anuncio continúa:
“Pero cuando compras Starbucks, redescuenta o no, estás comprando algo más grande que una taza de café. Estás comprando una ética del café. Por medio de nuestro programa Starbucks Planeta Compartido, adquirimos más café procedente del comercio justo que ninguna otra campaña del mundo, asegurando que los agricultores que cultivan el grano reciben un precio justo por su esforzado trabajo. Invertimos y mejoramos las técnicas de cultivo y las comunidades de café de todo el mundo. Es un café con buen karma !Ah! Y una pequeña parte del precio de una taza de café Starbucks ayuda a amueblar el espacio con cómodos asientos, buena música, y la atmósfera adecuada para soñar, trabajar y conversar. Todos necesitamos sitios como ésos hoy en día…Cuando eliges Starbucks, estás comprando una taza de café a una compañía que se preocupa. No sorprende que sepa tan bien”.
Este excedente “cultural” se explica con detalle: el precio es más alto que el de otras marcas porque lo que realmente estás comprando es la “ética del café”, que incluye el cuidado por el medio ambiente, la responsabilidad social hacia los productores, además de un lugar donde tú mimo puedes participar en la vida comunitaria (desde el mismo comienzo, Starbucks presentó sus tiendas de café como un sucedáneo de comunidad). Y si esto no es suficiente, si tus necesidades éticas todavía siguen insatisfechas y continúas preocupándote por la miseria del Tercer Mundo, entonces puedes comprar productos adicionales. Aquí está la descripción que hace Starbucks de su programa “Ethos Water”:
“Ethos Water es una marca con una misión social: ayudar a que los niños de todo el mundo tenga agua potable y fomentar la conciencia de la crisis mundial del agua. Cada vez que compras una botella de Ethos, Ethos Water contribuirá con 0,05 dólares a nuestro objetivo de recaudar por lo menos 10 millones de dólares para 2010. Por medio dela FundaciónStarbucks, Ethos Water respalda programas humanitarios de agua en África, Asia y América Latina”.
(No se menciona el hecho de que una botella de Ethos Water es 5 céntimos más cara en Starbucks que en otros lugares similares…).
Así es como, a nivel de consumo, el capitalismo integró el legado del 68, la crítica del consumo alienado: la experiencia auténtica importa. Una reciente campaña de Hilton Hotels consiste en una simple afirmación: “Viajar no solamente nos lleva del sitio A al sitio B. También debe hacernos mejores personas”. ¿No es ésta también la razón por la que compramos comida ecológica? ¿Quién se cree realmente que las manzanas “ecológicas” son realmente más saludables que las variedades no ecológicas? De lo que se trata es que comprándolas, no estamos comprando y consumiendo simplemente, al mismo tiempo estamos haciendo algo significativo, mostrando nuestra capacidad para preocuparnos y nuestra conciencia global participando en un proyecto colectivo…
Žižek: “Las protestas anticapitalistas de la década de los sesenta añadieron a la crítica estándar de la explotación socioeconómica nuevos temas de crítica cultural: la alienación de la vida diaria, la mercantilización del consumo, la falta de autenticidad de una sociedad de masas en la que nos vemos obligados a “llevar máscaras” y estamos sometidos a opresiones sexuales y de otro tipo, etc. El nuevo espíritu del capitalismo recuperó triunfalmente la retórica igualitaria y antijerárquica de 1968, presentándose a sí mismo como una victoriosa rebelión libertaria contras las opresivas organizaciones sociales características tantas tanto del capitalismo empresariales como del Socialismo Realmente Existente…”.
Jean-Claude Milner (La arrogancia del presente: miradas sobre una década; 1965-1975) es profundamente consciente de cómo el establishment consiguió deshacer todas las amenazadoras consecuencias de 1968 por medio de asimilar el así llamado “espíritu del68” y dirigirlo contra el verdadero núcleo de la revuelta. Las reclamaciones de nuevos derechos (que hubieran podido significar una verdadera redistribución del poder) fueron concedidas, pero solamente a modo de “permisos”; siendo la “sociedad permisiva” precisamente una sociedad que amplía el ámbito de lo que los sujetos están autorizados a hacer, sin darles realmente ningún poder adicional:
“Aquellos que tienen el poder saben muy bien la diferencia entre un derecho y un permiso. (…) Un derecho, en el estricto sentido del término, da acceso al ejercicio de un poder, a expensas de otro poder. Un permiso no disminuye el poder de quien lo otorga; tampoco aumenta el poder de quien lo recibe. Hace su vida más fácil, lo que no es nada” (Milner).
Eso es lo que sucede con el derecho al divorcio, al aborto, al matrimonio homosexual, etc. Estos son permisos enmascarados como derechos: de ninguna manera cambian la distribución de poderes. Éste fue el resultado del “espíritu del68”para Zizeck: “contribuyó, efectivamente, a hacer la vida más fácil. Eso es mucho. Pero no es todo. Porque no usurpó poderes”.
Aunque Mayo del 68 tenía por objetivo una actividad total (y totalmente politizada), el “espíritu del 68”trasladó ese objetivo hacia una pseudoactividad despolitizada (nuevos estilos de vida, etc.) que han conducido a la forma misma de la pasividad social. La apelación de Milner es ésta: “No me habléis más de permisos, control, igualdad; yo sólo conozco la fuerza. He aquí mi pregunta: a la vista de la reconciliación de los notables y de la solidaridad de los más fuertes, ¿cómo hacer que los débiles tengan poderes?”
f) El capitalismo es el más completo y racional de los sistemas posibles, nos dicen
En el capitalismo global contemporáneo, la naturalización ideológica ha alcanzado un nivel sin precedentes: pocos son los que se atreven siquiera a soñar utopías sobre posibles alternativas. Lo que ocurre es que la indiscutible hegemonía del capitalismo se sostiene realmente sobre el centro propiamente utópico de la ideología capitalista. No es menos utópico el sueño conservador de recobrar algún idealizado pasado anterior a la caída, o la imagen de un brillante futuro equivalente a la presente universalidad menos su obstáculo constitutivo, que la idea paradigmática-liberal de que se pueden resolver los problemas gradualmente, uno por uno (“ahora la gente está muriendo directamente en Ruanda, así que olvidemos la lucha antiimperialista, evitemos la carnicería” o “hay que luchar contra la pobreza y el racismo aquí y ahora, no esperar al colapsos del orden capitalista global”).
“Yo me quedaría encantado si los políticos de extrema izquierda en Estados Unidos fueran capaces de reformar el sistema, de proporcionar atención sanitaria universal, redistribuir efectivamente la riqueza e manera más igualitaria con una escala fiscal revisada, restringir efectivamente la financiación de las campañas electoral, y adoptar una política exterior multilateral que integrara el poder de Estados Unidos dentro de la comunidad internacional, etc.; es decir, si fueran capaces de intervenir en el capitalismo por medio de reformas serias y de largo alcance…Si después de hacer todo eso Badiou y Žižek se quejan de que algún monstruo llamado Capital todavía nos acecha, yo me inclinaría por recibir a ese monstruo con un bostezo.”
Žižek se pregunta: “¿Qué pasa si el seño de Caputo es un sueño de universalidad (del orden capitalista universal) sin sus síntomas, sin ninguno de los puntos críticos en que su “verdad reprimida” se articula a sí misma?” La tesis de Žižek es que los defectos de funcionamiento del capitalismo no son solamente perturbaciones accidentales, sino, por el contrario, estructuralmente necesarias.
Žižek: “Después de denunciar todos los “aspectos habituales” del utopismo, quizá ha llegado la hora de centrarse en la propia utopía liberal. Así es como habría que responder a aquellos que descarta cualquier intento de cuestionar los fundamentos del orden capitalista democrático-liberal, considerándoos peligrosamente utópicos: en la crisis actual, a lo que nos enfrentamos es a las consecuencias del núcleo utópico de ese mismo orden. Mientras el liberalismo se presenta como la personificación del antiutopismo, y el triunfo del neoliberalismo aparece como una señal de que hemos dejado atrás los proyectos utópicos responsables de los horrores totalitarios del siglo XX, hoy en día está quedando claro que la verdadera época utópica fue la feliz década clintoniana de los noventa, con su creencia de que habíamos alcanzado el “fin de la historia”, de que la humanidad finalmente había encontrado la fórmula para el orden socioeconómico óptimo. Pero la experiencia de las décadas recientes muestra claramente que e mercado o es un mecanismo benigno que funciona mejor cuando se le abandona a sus propios recursos: requiere una buena cantidad de violencia externa para establecer y mantener las condiciones de su funcionamiento.
El actual colapso financiero demuestra lo difícil que es perturbar la tupida maleza de premisas utópicas que determinan nuestros actos. Como Alain Badiou sucintamente señalaba:
“¿El ciudadano ordinario debe “entender que es imposible” compensar el déficit dela SeguridadSocial, pero que es imperativo tapar con incontables millones los agujeros de los bancos? ¿Sombríamente debemos aceptar que ya nadie imagina posible nacionalizar una fábrica acosada por la competencia, una fábrica que emplea a miles de trabajadores, pero que es obvio hacerlo por un banco que se ha quedado sin un céntimo por la especulación?”
Habría que generalización esta declaración: aunque siempre reconocemos la urgencia de los problemas, cuando se trata del sida, el hambre, la escasez del agua, el calentamiento global, y así sucesivamente, siempre parece haber tiempo para reflexionar, para posponer las decisiones. (La principal conclusión del último encuentro de los líderes mundiales en Balí, aireado como un éxito, fue que volverían a reunirse dentro de dos años para continuar las conversaciones…).Pero, sin embargo, con el colapso financiero, la urgencia para actuar fue incondicional: había que encontrar inmediatamente sumas de magnitud inimaginable. Salvar las especies en peligro, salvar el planeta del calentamiento global, salvar a los pacientes de sida y a aquellos que mueren por falta de fondos para costosos tratamientos, salvar a famélicos niños…Todo esto puede esperar un poco. Por el contrario, el llamamiento a “!salvar los bancos!” es un imperativo incondicional, que debe recibir una respuesta inmediata. El pánico era tan absoluto que inmediatamente se estableció una unidad transnacional no partidista, todas las rencillas entre los líderes mundiales quedaron momentáneamente olvidadas para evitar la catástrofe. Pero, realmente, lo que el tan elogiado enfoque “bipartidista” significa era que incluso los procedimientos democráticos quedaban suspendidos de facto: no había tiempo para entablar un debate adecuado, y aquellos que se opusieron al plan en el Congreso de Estados Unidos fueron rápidamente enviados a unirse a la mayoría. Bush, McCain y Obama rápidamente se reunieron, explicando a unos desconcertados congresistas que, simplemente, no había tiempo para discusiones, estábamos en un estado de emergencia y simplemente había que hacer las cosas deprisa…Tampoco olvidemos que las increíblemente enormes sumas de dinero se gastaron no en resolver algún problema “real” o concreto, sino esencialmente en restaurar la confianza en los mercados, es decir, ¡simplemente para restaurar las creencias de la gente!
¿Necesitamos alguna prueba más de que el capital es lo Real de nuestras vidas, un Real cuyos imperativos son mucho más absolutos que incluso las más apremiantes demandas de nuestra realidad social y natural? Fue Joseph Brodsy quien proporcionó una solución apropiada a la búsqueda del misterioso “quinto elemento”: “Junto al aire, la tierra, el agua y el fuego, el dinero es la quinta fuerza de la naturaleza, con la que un ser humana tiene que vérselas más a menudo”. Si se tiene alguna duda respecto a esto, una rápida mirada al reciente colapso financiero debería ser más que suficiente para despejarla”.
g) Buscar el contenido específico más legible para lo “apolítico”
La lucha por la hegemonía ideológica-política es en el fondo una lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos espontáneamente como “apolíticos” (apolíticos porque dicen trascender los confines de la política, y se presentan con valor neutro). La lucha no se limita sólo a imponer determinados significados, sino que consiste más bien en rastrear y apropiarse de aquellos significados particulares que puedan expresar la universalidad de la noción a defender (Solidaridad, Estado de Bienestar, Progreso, Derecho ala Vida, Retribución, Equidad…: es decir términos que reflejan la plenitud de la sociedad). Cuando se consigue que un hecho particular acabe revistiendo el valor de lo “típico” y ocupe apariencia de universalidad, la batalla ideológica ya está ganada.
Lo que hay que conseguir es el ejemplo específico que aplicado a nuestra “experiencia concreta” pueda convertirse en el elemento de fantasía vertebrador de la noción ideológica universal. Vemos el ejemplo de la “madre soltera negra” y del aborto. La joven madre afroamericana ha acabado por representar el reflejo “típico” de la noción universal del Estado social (también de su ineficiencia). Conviene dar con el caso particular que otorgue la mayor eficacia a la noción ideológica. Así, en la campaña estadounidense de Moral Majority contra el aborto, el caso “típico” es exactamente inverso al propuesto al de la madre negra (y desempleada): es la profesional de éxito, sexualmente promiscua, que apuesta por su carrera profesional antes que por la “vocación natural” de ser madre (con independencia de que los datos indiquen que el grueso de los abortos se produce en las familias numerosas de clase baja).
¿Qué se entiende por honestidad? Para el conservador, significa un retorno a la moral tradicional y a los valores de la religión y, también, purgar del cuerpo social los restos del antiguo régimen. Para el izquierdista, quiere decir justicia social y oponerse a la privatización desbocada, etc. Una misma medida (restituir las propiedades ala Iglesia, por ejemplo) será “honesta” desde un punto de vista conservador y “deshonesta” desde una óptica de izquierdas. Cada posición (re)define tácitamente el término “honestidad” para adaptarlo a su concepción ideológico-política. Pero no nos equivoquemos, no se trata tan sólo de un conflicto entre distintos significados del término: si pensamos que no es más que una “clarificación semántica” podemos no percibir que cada posición sostiene que “su honestidad” es la auténtica honestidad.
¿Cómo consigue un contenido particular desplazar a otro contenido hasta significar la valencia de lo universal para la mayoría de la sociedad civil? Siendo el término que proporcione mayor y más certera “legibilidad” a la hora de entender la experiencia cotidiana, es decir, siendo aquél que permita a los individuos traducir de manera más eficaz sus propias experiencias sociales mediante un discurso comprensible.
La “legibilidad”, claro está, no es un criterio neutro sino que depende de factores ideológicos. En la Alemania de principios de los años treinta, cuando, ante su incapacidad de dar cuenta de la crisis, cayó el discurso convencional de la burguesía, se acabó imponiendo, frente al discurso socialista-revolucionario, el discurso antisemita nazi porque era el que permitía leer “con más claridad” la crisis: pero conviene recalcar que esto fue el resultado contingente de una serie de factores sobredeterminados.
Tengamos en cuenta, además, que la “legibilidad” no implica tan sólo una relación entre una infinidad de narraciones y/o descripciones en conflicto y una realidad extradiscursiva, relación en la que se acaba imponiendo la narración que mejor “se ajuste” a la realidad, sino que la relación es circular y autorreferencial: la narración hegemónica predetermina nuestra percepción de la realidad. A partir de la narración engarzada por los términos/objetos de reapropiación, percibimos nuestra realidad.
h) Las ideas dominantes no conviene que sean directamente las ideas de los dominantes
En la estrategia para acaparar la noción de lo universal hegemónico es importante presentarse con el baluarte de la “no ideología” y bajo ello incorporar al menos la síntesis de dos componentes específicos: el contenido popular “auténtico” (la expresión de los anhelos íntimos de los ciudadanos), y el contenido específico que resulta de los intereses de control de las fuerzas dominantes.
Para que una ideología se imponga resulta decisiva la tensión, en el interior mismo de su contenido específico, entre los temas y motivos de los “oprimidos” (aspiración a una comunidad auténtica, a la solidaridad social, a la libertad, a contar con una élite política de confianza, etc.) y los intereses de los “opresores”; es decir, enunciación del discurso de la mayoría dominada y al mismo tiempo ejecución de la aspiración de las fuerzas dominantes. Es decir, hay que deformar el contenido popular para legitimar las relaciones de dominación y explotación. O dicho de otra manera, los objetivos de la élite dominante nunca pueden expresarse de manera directa: para que la sociedad civil llegue a aceptarlas deben articularse mediante una serie de desplazamientos. Es por esto por lo que Žižek enuncia que las ideas dominantes no son NUNCA directamente las ideas de la clase dominante.
Tomemos el ejemplo quizá más claro: el cristianismo, ¿cómo llegó a convertirse en la ideología dominante? Incorporando una serie de motivos y aspiraciones de los oprimidos (la Verdad está con los que sufren y los humillados, la avaricia corrompe, etc.) para rearticularlos de modo que fueran compatibles con las relaciones de poder existentes.
Hoy en día la sociedad liberal capitalista ha deformado los motivos y aspiraciones “populares” para que sean compatibles con los sistemas de poder existentes. El recurso a la recurrente “clase media” tanto por parte del gobierno de turno como por la oposición es ejemplo del desplazamiento encubierto.
La “clase media” ha acabado por representarse como esa “no-clase” de los estratos intermedios de la sociedad; aquellos que se presumen de laboriosos y honrados y que se identifican especialmente por diferenciarse a los dos “extremos” del espacio social: las grandes corporaciones, por un lado, y los excluidos y empobrecidos, habitantes en ghettos, por otro lado. La “clase media” basa su identidad en el rechazo a estos dos extremos que, de contraponerse directamente, representarían el antagonismo de clase en su forma más pura. La “clase media” se autorrepresenta como el terreno común y neutral de la sociedad y que por tanto rechaza los dos polos del antagonismo (empresas multinacionales e inmigrantes y pobres intrusos). La clase media ha acabado convencida de que el antagonismo social está en otra parte y, además, de estarlo aquí, recaería en los Otros (inmigrantes, personas sin hogar, personas con enfermedades mentales, etc.). La línea de demarcación de “lucha de clases” ha quedado desdibujada, continuamente desplazada en función de otras “urgencias” que se van sucediendo intermitentemente. Este continuo desplazamiento de la línea de división (entre las clases), es, sin embargo, la verdadera “lucha de clases”, no detectada actualmente de manera directa gracias a las estrategias del liberalismo económico.
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