Infectando los cuerpos / placeres / deseos del Heterocapitalismo Mundial Integrado
Ludditas Sexxxuales
para Madison Young y Belladona por enseñarnos a coger
a Sandra Romain por sus formidables pies anti- Cenicienta
El porno es la teoría y la heteronorma su práctica. Esta provocativa frase tiene su fundamento en el alto poder disciplinador y productor del deseo de la industria pornográfica. Lo propio del porno dominante y mayoritario, tanto visual como audivisual, aquel que se encuentra sin dificultad alguna en el videoclub, en kioscos de revistas o en los sitios de mayor acceso en internet, para su visualización y descarga, es el control y programación del binomio placer / deseo a través de la gestión política del así llamado “circuito excitación-frustración” por la filósofa Beatriz Preciado. La actual fase del capitalismo postindustrial (las “sociedades de control” deleuzianas), que denominamos heterocapitalismo global integrado o heterocapitalismo cognitivo, se caracteriza por la producción y control de las subjetividades, un tipo de producción que, siguiendo los argumentos de Félix Guattari, no tiene lugar únicamente en el orden de la representación, sino también, y sobre todo, en la “modelización de los comportamientos, la sensibilidad, la percepción, la memoria, las relaciones sociales, las relaciones sexuales, los fantasmas imaginarios, etc.” En este marco, las configuraciones somaticopolíticas de género presentan a los cuerpos biopolíticamente asignados al sexo “varón” como penetrator universalis naturalis.
En la actual guerra en curso el sexo constituye uno de los enclaves estratégicos en las artes de gobernar, consideración que inscribe su genealogía en el escenario de la Revolución Francesa, donde la reproducción sexual se entiende como una de las maquinarias de lo social. De allí que el cuerpo social esté organizado reproductivamente, es decir, para producir vástagos (el famoso ejército de reserva sobre el cual advertía el discípulo de David Ricardo) y que toda sexualidad no reproductiva se convierta en objeto de control, vigilancia y normalización, como ha explicado lúcidamente Miche Foucault. En tal sentido, el género como ideal regulatorio de construcción de la corporalidad, el sexo y los dispositivos de la sexualidad, pasan a formar parte de los cálculos del poder, de modo que el discurso (los sistemas de signos) sobre la masculinidad y la feminidad y las técnicas de normalización de las identidades sexuales se transforman en agentes de control y modelización de las formas-de-vida en las que esos cuerpos se expresan. Por ejemplo, femenino y masculino ya no son un set de conductas sociales aplicadas conductivistamente sobre un cuerpo dado, sino que se trata de ficciones políticas que encuentran en la supuesta biosubjetividad individual su soporte somático, su lugar donde encarnar, en el sentido etimológico del término. Se trata de dispositivos totales de masculinización y feminización que conjugan lo audiovisual, lo hormonal, lo literario, etc., como complementos “naturales” de unas supuestas feminidad / masculinidad de nacimiento.
Parafraseando al grupo insurreccionalista Tiqqun, frente a la “evidencia de la catástrofe, están las que se indignan y las que toman nota, las que denuncian y las que se organizan. Nosotras estamos del lado de las que se organizan”. La capacidad didáctica-conductiva de la pornografía y de las visualidades de género que ésta conlleva, constituye, más que una suerte de destino definitivo y cancelado en su operatoria, un potencial disruptivo susceptible de ser reapropiado y resignificado. ¿Por qué abolir sin más un arma que se probó tan efectiva? En efecto, si la pornografía es, como sostiene Preciado, un dispositivo de subjetivación arquitectónico mediático y de producción de lo privado y doméstico como espectáculo, es posible concebirla como “una representación de la sexualidad que aspira a controlar la respuesta sexual del observador…” mucho más que a representarla.
A grandes rasgos, podemos reconocer que la pornografía que se impone comercial o popularmente, tiene un marcado acento autoritario que reproduce las normas policiales de género. Se establecen de este modo códigos muy precisos de lo que un cuerpo puede o no puede hacer según su bio-asignación política sexo-género. La pornografía aparece aquí como un género en su sentido anfibológico: como producción artístico-somática. Produce así formas visibles / vivibles de genitalidad (penetración, felación, eyaculación masculina) y privilegia la producción de placer del ojo heterosexual (straight eye). Con ello inventa y sofistica estéticas y coreografías de la sexualidad donde el cuerpo y su genitalidad se recorta de acuerdo a sus funciones reproductivas (y reproductoras) -este agujero para penetrar, esta boca para recibir cumshot.
De allí que, como arma, no se trataría tanto de destruirla sino de resignificarla y reutilizarla mediante la visibilización de prácticas, corporalidades, sexualidades, géneros y agenciamientos sexo-afectivos que atenten contra el orden de las cosas, especialmente la heteronorma. La lógica ácrata de intervención postpornográfica considera que el Estado no puede protegernos de la pornografía, puesto que la pornografía forma parte de los cálculos del biopoder regulados y auspiciados por el mismo Estado.
Recordando el dictum de Deleuze en Post-scriptum sobre las sociedades de control, se trata de buscar nuevas armas. Entre ellas, el postporno se propone inventar otras formas compartidas, colectivas, visibles, abiertas de deseo, un copyleft de la sexualidad que supere el estrecho marco de representación pornográfica dominante y el consumo sexual normalizado, que siendo sexualmente activo, cuente, como su hermano heterocapitalista, con la capacidad de modificar la sensibilidad y la producción hormonal mediante un movimiento de apropiación. Poniendo en marcha un devenir público y político de aquello que se construye como privado y vergonzante, es decir de montar una “máquina de guerra” deseante contra el heterocapitalismo. El porno constituye un sistema semiótico abierto o al menos fisurado al que hay que atacar e infectar con reflexión crítica en el uso de los placeres y en la reprogramación de los deseos, mediante una proliferación de la semiosis cual hackers del sexo-cuerpo, a través de la acción directa, desterritorializando la sexualidad y abriendo devenires de los cuerpos que hagan estallar los ordenamientos disciplinarios de sexo / género en sus recortes territoriales dominantes. Así, la pospornografía constituye una apuesta por desmontar y viralizar el marco de representación pornográfica dominante, parodiando incluso la utilización de la figura protagónica central que la pornografía industrial también utiliza a la vera del arte legitimado: parodiar la porno star (desde Ciccolina hasta Tracy Lords, pasando por la neumática Pamela Anderson, tal como lo hace por ejemplo Jemma Temp) que a su vez es una parodia degradada de la actriz legítima que se saca la ropa en cámara (Kim Bassinger). Cuerpo público de la actriz porno al que todxs frustradamente deseamos acceder, pero cuyo uso está vedado sólo en la representación visual.
Como ha señalado Javier Sáez, “El porno es un género (cinematográfico) que produce género (masculino / femenino). El posporno es un subgénero que desafía el sistema de producción de género y que desterritorializa el cuerpo sexuado (desplaza el interés de los genitales a cualquier parte del cuerpo)”. Podríamos sostener que emerge entonces un agenciamiento postpornográfico, no ya como mero consumidor o reproductor del lenguaje sexual dominante que le es dado y frente al cual pasivamente se entrega cual cuerpo dócil, sino en tanto plataforma de enunciación política e insubordinación crítica que pone en cuestión (para dinamitarlos) los códigos de género y sexuales dominantes. Cabe preguntarse, asimismo, cuándo también pondrá en jaque a las identidades que, en las actuales disputas de poder de los movimientos que albergan estas prácticas, se erigen como pornstars y divas teóricas de la disidencia, en pos de la disolución de los yoes y los egos.
En la actual guerra en curso el sexo constituye uno de los enclaves estratégicos en las artes de gobernar, consideración que inscribe su genealogía en el escenario de la Revolución Francesa, donde la reproducción sexual se entiende como una de las maquinarias de lo social. De allí que el cuerpo social esté organizado reproductivamente, es decir, para producir vástagos (el famoso ejército de reserva sobre el cual advertía el discípulo de David Ricardo) y que toda sexualidad no reproductiva se convierta en objeto de control, vigilancia y normalización, como ha explicado lúcidamente Miche Foucault. En tal sentido, el género como ideal regulatorio de construcción de la corporalidad, el sexo y los dispositivos de la sexualidad, pasan a formar parte de los cálculos del poder, de modo que el discurso (los sistemas de signos) sobre la masculinidad y la feminidad y las técnicas de normalización de las identidades sexuales se transforman en agentes de control y modelización de las formas-de-vida en las que esos cuerpos se expresan. Por ejemplo, femenino y masculino ya no son un set de conductas sociales aplicadas conductivistamente sobre un cuerpo dado, sino que se trata de ficciones políticas que encuentran en la supuesta biosubjetividad individual su soporte somático, su lugar donde encarnar, en el sentido etimológico del término. Se trata de dispositivos totales de masculinización y feminización que conjugan lo audiovisual, lo hormonal, lo literario, etc., como complementos “naturales” de unas supuestas feminidad / masculinidad de nacimiento.
Parafraseando al grupo insurreccionalista Tiqqun, frente a la “evidencia de la catástrofe, están las que se indignan y las que toman nota, las que denuncian y las que se organizan. Nosotras estamos del lado de las que se organizan”. La capacidad didáctica-conductiva de la pornografía y de las visualidades de género que ésta conlleva, constituye, más que una suerte de destino definitivo y cancelado en su operatoria, un potencial disruptivo susceptible de ser reapropiado y resignificado. ¿Por qué abolir sin más un arma que se probó tan efectiva? En efecto, si la pornografía es, como sostiene Preciado, un dispositivo de subjetivación arquitectónico mediático y de producción de lo privado y doméstico como espectáculo, es posible concebirla como “una representación de la sexualidad que aspira a controlar la respuesta sexual del observador…” mucho más que a representarla.
A grandes rasgos, podemos reconocer que la pornografía que se impone comercial o popularmente, tiene un marcado acento autoritario que reproduce las normas policiales de género. Se establecen de este modo códigos muy precisos de lo que un cuerpo puede o no puede hacer según su bio-asignación política sexo-género. La pornografía aparece aquí como un género en su sentido anfibológico: como producción artístico-somática. Produce así formas visibles / vivibles de genitalidad (penetración, felación, eyaculación masculina) y privilegia la producción de placer del ojo heterosexual (straight eye). Con ello inventa y sofistica estéticas y coreografías de la sexualidad donde el cuerpo y su genitalidad se recorta de acuerdo a sus funciones reproductivas (y reproductoras) -este agujero para penetrar, esta boca para recibir cumshot.
De allí que, como arma, no se trataría tanto de destruirla sino de resignificarla y reutilizarla mediante la visibilización de prácticas, corporalidades, sexualidades, géneros y agenciamientos sexo-afectivos que atenten contra el orden de las cosas, especialmente la heteronorma. La lógica ácrata de intervención postpornográfica considera que el Estado no puede protegernos de la pornografía, puesto que la pornografía forma parte de los cálculos del biopoder regulados y auspiciados por el mismo Estado.
Recordando el dictum de Deleuze en Post-scriptum sobre las sociedades de control, se trata de buscar nuevas armas. Entre ellas, el postporno se propone inventar otras formas compartidas, colectivas, visibles, abiertas de deseo, un copyleft de la sexualidad que supere el estrecho marco de representación pornográfica dominante y el consumo sexual normalizado, que siendo sexualmente activo, cuente, como su hermano heterocapitalista, con la capacidad de modificar la sensibilidad y la producción hormonal mediante un movimiento de apropiación. Poniendo en marcha un devenir público y político de aquello que se construye como privado y vergonzante, es decir de montar una “máquina de guerra” deseante contra el heterocapitalismo. El porno constituye un sistema semiótico abierto o al menos fisurado al que hay que atacar e infectar con reflexión crítica en el uso de los placeres y en la reprogramación de los deseos, mediante una proliferación de la semiosis cual hackers del sexo-cuerpo, a través de la acción directa, desterritorializando la sexualidad y abriendo devenires de los cuerpos que hagan estallar los ordenamientos disciplinarios de sexo / género en sus recortes territoriales dominantes. Así, la pospornografía constituye una apuesta por desmontar y viralizar el marco de representación pornográfica dominante, parodiando incluso la utilización de la figura protagónica central que la pornografía industrial también utiliza a la vera del arte legitimado: parodiar la porno star (desde Ciccolina hasta Tracy Lords, pasando por la neumática Pamela Anderson, tal como lo hace por ejemplo Jemma Temp) que a su vez es una parodia degradada de la actriz legítima que se saca la ropa en cámara (Kim Bassinger). Cuerpo público de la actriz porno al que todxs frustradamente deseamos acceder, pero cuyo uso está vedado sólo en la representación visual.
Como ha señalado Javier Sáez, “El porno es un género (cinematográfico) que produce género (masculino / femenino). El posporno es un subgénero que desafía el sistema de producción de género y que desterritorializa el cuerpo sexuado (desplaza el interés de los genitales a cualquier parte del cuerpo)”. Podríamos sostener que emerge entonces un agenciamiento postpornográfico, no ya como mero consumidor o reproductor del lenguaje sexual dominante que le es dado y frente al cual pasivamente se entrega cual cuerpo dócil, sino en tanto plataforma de enunciación política e insubordinación crítica que pone en cuestión (para dinamitarlos) los códigos de género y sexuales dominantes. Cabe preguntarse, asimismo, cuándo también pondrá en jaque a las identidades que, en las actuales disputas de poder de los movimientos que albergan estas prácticas, se erigen como pornstars y divas teóricas de la disidencia, en pos de la disolución de los yoes y los egos.
Bibliografía
- Gilles Deleuze. “Post-scriptum sobre las sociedades de control”, en: Christian Ferrer (comp.) El lenguaje Libertario, La Plata, Terramar, 2005.
- Michel Foucault. El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 1999.
- ………………… Historia de la sexualidad 1. La voluntad de poder, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002 [1976]
- Félix Guattari. Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares, Madrid, Traficantes de sueños, 2004.
- Ludditas Sexxxuales. “Teoría queer y el deseo como máquina de guerra”, en: destructorasdemaquinas.wordpress.com, 2011.
- Beatriz Preciado. Testo Yonqui, Madrid, Espasa, 2008.
- ………………….. Pornotopía, Barcelona, Anagrama, 2010.
- Tiqqun. Llamamiento, Buenos Aires, Folia, 2010
- Michel Foucault. El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 1999.
- ………………… Historia de la sexualidad 1. La voluntad de poder, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002 [1976]
- Félix Guattari. Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares, Madrid, Traficantes de sueños, 2004.
- Ludditas Sexxxuales. “Teoría queer y el deseo como máquina de guerra”, en: destructorasdemaquinas.wordpress.com, 2011.
- Beatriz Preciado. Testo Yonqui, Madrid, Espasa, 2008.
- ………………….. Pornotopía, Barcelona, Anagrama, 2010.
- Tiqqun. Llamamiento, Buenos Aires, Folia, 2010
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