La Túnica Palmaria

martes, 20 de marzo de 2012

Monique Wittig y la condición lesbiana


Monique Wittig con El cuerpo lesbiano (1973) y The Straight Mind (1977) asienta las bases de una crítica a lo heteronormativo. Wittig no va a criticar la “heterosexualidad” en el sentido de prácticas sexuales, sino el dispositivo heterocentrado, es decir, una pluralidad de discursos sobre las ciencias llamadas humanas que producen e instauran heteronormas en materia de sexo, de género y de filiación.

Para Wittig la heterosexualidad es el régimen político que asegura la reproducción de una estructura de dominación de las mujeres. La marca del género y el mito de la mujer son los efectos ideológico-discursivos de ese régimen. La categoría “mujer” y diferenciación del sexo es un producto de los mecanismos de la estructura de subordinación, y un individuo sólo se convierte en mujer al entrar en ese marco de relaciones. Wittig propone salir del marco.
Una novedad de su teoría es su oposición a la corriente del feminismo tradicional (ella lo llama “heterofemenismo”) que había promovido la identificación con “la mujer”, y con “lo femenino (escritura femenina de Cixous, cuerpo femenino, feminismo de la diferencia, Kristeva, Irigaray), en detrimento de otras cuestiones (criterios de raza y clase social, invisibilidad de las lesbianas, prácticas sadomasoquistas).

Nombrar el sexo

El lenguaje es para Wittig un conjunto de actos, repetidos a lo largo del tiempo, que producen efectos de realidad que a veces se perciben erradamente como ”hechos”, a base de su repetición. El lenguaje adquiere el poder de crear “lo socialmente real” a través de los actos locutorios de sujetos hablantes. El lenguaje actúa sobre lo real mediante actos locutorios que, de tanto  repetirse, se convierten en prácticas arraigadas y, a la larga, en instituciones. Considerada colectivamente, la práctica repetida de nombrar la diferencia sexual ha credo esta apariencia de división natural.

Wtitig escribe: “El sexo se toma como un “dato inmediato”, un “dato razonable”, “rasgos físicos” que pertenecen a un orden natural. Pero lo que creemos que es una percepción física y directa es sólo una construcción mítica y compleja, una “formación imaginaria”, que reinterpreta los rasgos físicos (en sí tan neutrales pero marcados por un sistema social) a través de la red de relaciones en que se perciben”.

Para Wittig es fundamental desenmascarar el carácter político de la categoría de sexo. En lugar de remitir el “sexo” a nociones naturales, biológicas, o basadas en una diferencia ontológica o económica, un sexo que estaría “ya ahí” como dato previo, Wittig afirma que en realidad el sexo es una categoría producida por el propio sistema de pensamiento dominante, que funda la sociedad como heterosexual. “El concepto de diferencia no tiene nada de ontológico, es sólo la forma en la que el amo interpreta una situación histórica de dominación”.

“La ideología de la diferencia de los sexos opera en nuestra cultura como una censura, dado que oculta la oposición que existe en el plano social entre los hombres y las mujeres bajo una causalidad natural. Masculino/ femenino, macho/hembra son las categorías que se utilizan para disimular el hecho de que las diferencias sociales depende siempre de un orden económico, político e ideológico”.

El pensamiento heterosexual como principio evidente impuesto

“Los discursos que nos oprimen muy en particular a las lesbianas feministas y a los hombres homosexuales y que dan por sentado que lo que funda la sociedad, toda sociedad, es la heterosexualidad, nos niegan toda posibilidad de crear nuestras propias categorías, nos impiden hablar si no es en sus propios términos y todo aquello que los pone en cuestión es enseguida reconocido como “primario”. Nuestro rechazo de la interpretación totalizadora del psicoanálisis los lleva a decir que no tenemos en consideración la dimensión simbólica. Estos discursos hablan de nosotros/as y pretenden decir la verdad sobre nosotros/as en un campo apolítico como si hubiera algo significante que pudiera escapar a lo político y como si pudiera haber en lo que nos concierne signos políticamente insignificantes. Su acción sobre nosotros/as es feroz, su tiranía sobre nuestras personas físicas y mentales es incesante. Cuando se recubren con el término generalizador de ideología en el sentido marxista vulgar todos los discursos del grupo dominante, se relegan estos discursos al mundo de las ideas irreales. Se desatiende la violencia material que realizan directamente sobre los y las oprimidos/as, violencia que se efectúa tanto por medio de los discursos abstractos y “científicos” como por medio de discursos de comunicación de amplio espectro”.

“Y por mucho que se haya admitido en estos últimos años que no hay naturaleza, que todo es cultura, sigue habiendo en el seno de esta cultura un núcleo de naturaleza que resiste al examen, una relación que reviste un carácter de ineluctabilidad en la cultura como en la naturaleza: es la relación heterosexual o relación obligatoria entre el “hombre” y la “mujer”. Habiendo planteado como un principio evidente, como un dato anterior a toda ciencia, la ineluctabilidad de esta relación, el pensamiento heterocentrado se entrega a una interpretación totalizadora a la vez de la historia, de la realidad social, de la cultura y de las sociedades, del lenguaje y de todos los fenómenos subjetivos. No puedo sino subrayar aquí el carácter opresivo que reviste el pensamiento heterocentrado en su tendencia a universalizar inmediatamente su producción de conceptos, a formar leyes generales que valen para todas las sociedades, todas las épocas, todos los individuos. Por eso se habla deel intercambio de mujeres, la diferencia de sexos, el orden simbólico, el inconsciente, eldeseo, el goce, la cultura, la historia, categorías que no tienen sentido actualmente más que en la heterosexualidad o pensamiento de la diferencia de los sexos como dogma filosófico y político.

Esta tendencia a la universalidad tiene como consecuencia que el pensamiento heterocentrado no puede concebir una cultura, una sociedad en la que la heterosexualidad ordenara no sólo todas las relaciones humanas, sino su producción de conceptos al mismo tiempo que todos los procesos que escapan a la conciencia. Estos procesos inconscientes se tornan, por otra parte, históricamente cada vez más imperativos en lo que nos enseñan sobre nosotros/as mismos/as por medio de los especialistas. Y la retórica que los interpreta, revistiéndose de mitos, recurriendo a enigmas, procediendo por acumulaciones de metáforas, cuyo poder de seducción no subestimo, tiene como función poetizar el carácter obligatorio del tú serás heterosexual o no serás”.

Arma de guerra: la condición lesbiana

En paralelo con Foucault, Monique Wittig piensa que el derrocamiento del sistema de heterosexualidad obligatoria inaugurará un verdadero humanismo de la “persona” liberada de los grilletes del sexo. “Si el deseo pudiera liberarse, no tendría nada que ver con las marcas preliminares de los sexos”.

“Para nosotros no hay ser-mujer ni ser-hombre.”Hombre” y “mujer” son conceptos de oposición, conceptos políticos (…) no puede ya haber mujeres ni hombres ni como clases ni como categorías de pensamiento y de lenguaje, deben desaparecer política, económica, ideológicamente. Si nosotras, lesbianas, homosexuales, continuamos llamándonos o concibiéndonos como mujeres, como hombres, contribuimos a mantener la heterosexualidad. Es la lucha de clase entre hombres y mujeres la que abolirá los hombres y las mujeres”.

Wittig quiere conseguir que las categorías de sexo sean obsoletas en el lenguaje, que “arroja manojos de realidad sobre el cuerpo social”.  Hay que ir más allá de la restricción binaria del sexo que está al servicio de los objetivos reproductivos de un sistema de heterosexualidad obligatoria a través de la profusión de una economía erótica no falocéntrica.

Porque la categoría lingüística de “sexo” asegura la operación política y cultural de la discriminación obligatoria, Wittig experimenta con los pronombres que dentro de los sistemas de significado obligatorio fusionan lo masculino con lo universal e invariablemente particularizan lo femenino. En Les Guérillères intenta eliminar todas las combinaciones él-ellos, todos los él, y ofrecer elles como la representación de lo general, de lo universal. “El objetivo de este enfoque no es feminizar el mundo sino hacer que las categorías de sexo sean obsoletas en el lenguaje”. El desafío político es apoderarse del lenguaje para reconstruir y reconstruir los cuerpos fuera de las categorías opresoras del sexo.

Para Wittig sólo más allá de las categorías de sexo “mujer” y “hombre” puede encontrarse una nueva y subjetiva definición de la persona y del sujeto para toda la humanidad.  “El surgimiento de sujetos individuales exige destruir primero las categorías de sexo, eliminando su uso, y rechazando todas las ciencias que aún las utilizan como sus fundamentos (prácticamente todas las ciencias humanas)”.

“Esto supone decir que para nosotros/as no puede ya haber mujeres, ni hombres, sino en tanto clases y en tanto categorías de pensamiento y de lenguaje: deben desaparecer política, económica, ideológicamente. Si nosotros/as, las lesbianas, homosexuales, continuamos diciéndonos, concibiéndonos como mujeres, como hombres, contribuimos al mantenimiento de la heterosexualidad. Estoy segura de que una transformación económica y política no desdramatizará estas categorías de lenguaje. ¿Exceptuamos “esclavo”? ¿En qué se diferencia de “mujer”? ¿Vamos a seguir escribiendo “blanco”, “señor”, “hombre”? La transformación de las relaciones económicas no basta. Hay que llevar a cabo una transformación política de los conceptos clave, es decir, de los conceptos que son estratégicos para nosotras. Porque hay otro orden de materialidad que es el del lenguaje y que está trabajado por estos conceptos estratégicos. Hay otro campo político en el que todo cuanto atañe al lenguaje, a la ciencia y al pensamiento, remite a la persona en cuanto subjetividad. Y ya no podemos dejárselo más al poder del pensamiento heterocentrado o pensamiento de la dominación”.

Wittig propone sustituir al “sujeto” masculino- esto es: todo aquel que sigue las reglas de lo Simbólico inevitablemente patriarcal- por un sujeto lesbiano.

”Sólo una estrategia bélica de proporciones equivalentes a las de la heterosexualidad obligatoria funcionará efectivamente para desafiar la hegemonía epistémico. En una estrategia imperialista y conscientemente desafiante, sólo al asumir otro punto de vista absoluto, al lesbianizar realmente el mundo entero, puede destruirse el orden obligatorio de la heterosexualidad. Rechazar convertirse en heterosexual ha significado siempre, conscientemente o no, negarse a convertirse en una mujer, o en un hombre. Para una lesbiana esto va más lejos que el mero rechazo del papel de “mujer”. Es el rechazo del poder económico, ideológico y político de un hombre.

La lesbiana es el único concepto que conozco que está más allá de las categorías de sexo (mujer y hombre), pues el sujeto designado (lesbiana) no es una mujer ni económicamente, ni políticamente, ni ideológicamente. Lo que constituye a una mujer es una relación social específica con un hombre, una relación que hemos llamado servidumbre, una relación que implica obligaciones personales y físicas y también económicas (trabajos domésticos, deberes conyugales, producción de hijos, etc.), una relación de la cual las lesbianas escapan cuando rechazan volverse o seguir siendo heterosexuales”.

Wittig afirma que la lesbiana no es una mujer y, por tanto, tiene posibilidades para escapar de la opresión. Una mujer sólo existe como un término que estabiliza la relación binaria y de oposición con un hombre dentro de la heterosexualidad. Una lesbiana, al rechazar la heterosexualidad, ya no se define en términos de esa relación de oposición. Una lesbiana está más allá de las categorías de sexo: “Sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, y hacen el amor con mujeres, porque la-mujer sólo tiene sentido en los sistema de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres”.

En cierto sentido, El Cuerpo lesbiano se puede interpretar como una lectura “invertida” de los Tres ensayos sobre teoría sexual de Freud, donde éste defiende la superioridad de desarrollo de la sexualidad genital por encima y en contra de la sexualidad infantil, la cual es menos restringida y más difusa. Al hacer una crítica política contra la genitalidad, Wittig parece presentar la “inversión” domo una práctica de lectura crítica, que valoriza precisamente los rasgos de una sexualidad no desarrollada designada por Freud, inaugurando una “política posgenital”. Esta idea utópica de una sexualidad liberada de los constructores heterosexuales, una sexualidad más allá del “sexo”, no reconoce las maneras como las relaciones de poder siguen construyendo la sexualidad para las mujeres.

Cuando Wittig hace valer la distinción entre “lesbiana “y “mujer”, lo hace mediante la defensa de la “persona” anterior al género, caracterizada en libertad. Desde su posición existencial materialista, Wittig supone que el sujeto, la persona, tiene una integridad presocial y anterior al género. Wittig pide la destrucción del “sexo” para que las mujeres puedan asumir la posición de un sujeto universal. La destrucción del sexo sería la destrucción de un atributo que mediante un gesto misógino de sinécdoque ha venido a tomar el lugar de la persona, el cogito autodeterminante; en otras palabras, sólo los hombres son “personas” y no hay ningún género más que el femenino: “El género es el índice lingüístico de la oposición política entre los sexos. Género se usa aquí en singular porque en realidad no hay dos géneros. Sólo hay uno: el femenino, pues el “masculino” no es un género. Porque lo masculino no es lo masculino, sino lo general”. Ser masculino es no estar “sexuado”; estar “sexuado” siempre es una manera de hacerse particular, y los hombres dentro de este sistema participan con la forma de persona universal. El sexo es necesariamente femenino”.

Invocando la fuerza de las lesbianas, Wittig no llama la atención sobre los derechos de las “mujeres” o las “lesbianas” como sujetos divididos, sino sobre la posibilidad de un discurso invertido al heterosexista globalizador. No se trata de preferir el lado femenino de la relación binario con lo masculino, sino desplazar esa relación binaria como tal, mediante una desintegración específicamente lesbiana de sus categorías constitutivas. El acto de amor deEl cuerpo lesbiano, literalmente desgarra y aparta los cuerpos de la pareja, erigiendo un centro incoherente de atributos, gestos y deseos.

La estrategia de Wittig no es identificar lo femenino a través de una estrategia de diferenciación o exclusión de lo masculino, la cual consolida la jerarquía y las relaciones binarias mediante una transvaloración de valores en la que las mujeres representan el campo del valor positivo. En contraste con una estrategia que consolide la identidad de las mujeres mediante un proceso excluyente de diferenciación, Wittig ofrece otra de reapropiación y reformulación subversivas de los “valores” que parecían formar parte exclusiva de “lo masculino”. En respuesta a la idea de Beavouir de que “no se nace mujer, más bien se llega a serlo”, Wittig afirma que en lugar de convertirse en mujer, una (¿cualquiera?) debería llegar a ser lesbiana.

A propósito de la “condición” lesbiana, Wittig escribe: “Somos desertoras de nuestra clase, como lo eran los esclavos americanos fugitivos cuando se escapaban de la esclavitud y se volvían libres. Para nosotras, ésta es una necesidad absoluta; nuestra supervivencia exige que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a destruir esa clase- las mujeres- con la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y esto sólo puede lograrse por medio de la destrucción de la heterosexualidad como un sistema social basado en la opresión de las mujeres por los hombres, un sistema que produce el cuerpo de doctrinas de la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión”.

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